Las mujeres silenciadas de la ILE
Bajo la premisa de la «incuestionable» obra educativa y de regeneración social del krausismo y del institucionismo en relación con las mujeres, la profesora de la Universidad de Granada, Pilar Ballarín, expuso ayer en el congreso de historia Los Sierra Pambley y su tiempo la «invisibilidad» de las mujeres en la Institución Libre de Enseñanza, creada en 1876 y convertida en una «red de hombres que trabajan por las mujeres sin las mujeres». Con excepción de nombres reconocidos por su obra como Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán o por su compromiso político, como Victoria Kent y María Navarro, entre apenas una docena de «nombradas». Sin embargo, ya hay voces de mujeres en el congreso pedagógico de 1882 que, como Adela Riquelme, reclaman igualdad de salario a igualdad de trabajo. Pese a que el Ateneo (1869) estuvo dirigido a «formar madres de familia sensatas y conscientes» y las conferencias dominicales instauradas por el leonés Fernando de Castro fueron tildadas de «paternalistas», estas iniciativas tuvieron el mérito de abrir a las mujeres españolas «las puertas al ejercicio profesional» especialmente en el campo de la enseñanza. Los institucionistas -expuso Ballarín- creyeron más en la libertad que en la igualdad. Francisco Giner de los Ríos habló más de «equivalencia» y de armonización de dos mitades que no son iguales que de igualdad. En este sentido iba encaminada la coeducación que iniciaron en las escuelas. Los hombres de la ILE «no consideraron a la mayoría de las mujeres dignos de ellas; querían mujeres exquisitas, educadas y cultas pero que no rompieran el rol de género», por lo que no simpatizaron mucho con figuras como Emilia Pardo Bazán. «Al fin y al cabo creían que las ideas propias eran impropias de las mujeres», apostilló. Pilar Ballarín rescató como ejemplo de mujer institucionista silenciada a Berta Wilhelmt. Distinguida, culta, laica y de origen alemán, hija de una mujer librepensadora, «fue el más claro reflejo de la Institución en Granada» a donde llegó con 12 años. Su laicismo le trajo no pocos problemas: «La sociedad (Amigos del País) rechaza mi participación en la colonia por cuesiones religiosas», escribió a Giner. Llegó a dirigir la fábrica de papel de su padre en Pinos Genil, donde montó una escuela mixta, una biblioteca popular y un sanatorio. Pero su ingente obra sólo encontró silencio tras su muerte en 1934.