Escritor
«Si la lengua asturleonesa muere, no digan que fue por nosotros»
El de este autor -un valenciano fascinado por la sonoridad del leonés- es un caso único dentro de la literatura; ahora sorprende con «Lenta lletanía del cuerpu nel hedreru»
El hecho de que la poetisa Quintia Surula viviera hace casi mil años no es impedimento para que ahora sus hermosos versos vuelvan a resonar, aunque volcados en otro idioma, ni que Josep Carles Laínez naciera junto al Mediterráneo para que haya adoptado la lengua del Principado de Asturias y del Reino de León. Esta aventura literaria tiene nombre: Lenta lletanía del cuerpu nel hedreru (ed. Academia de la llingua). -Un valenciano que veranea en La Pola de Gordón y que escribe en asturleonés. ¿Ejercicio de interculturalidad o es que simplemente ha quedado «atrapado» por esta cultura? -Depende si lo contemplamos por la vertiente más mítica o por la más cercana a la literatura. Para quienes procedemos de una parte de la Península donde hubo regímenes políticos dominados por los musulmanes durante siglos, el Norte es siempre una especie de paraíso, de lugar hacia donde tender. En mi caso, por motivos familiares y de amistad, este Norte (además de en el Principado de Andorra) se encuentra en el Reino de León y en Asturias. Ahora bien, desde un punto de vista actual, qué duda cabe de que hay una maravilla por la lengua asturleonesa, por una sonoridad que, desde una mentalidad románica, adquiere un eco sugestivo. -¿Qué tiene en común un escritor del siglo XXI con una intelectual latina del siglo II después de Cristo? -El paso del tiempo. Con la escritura de Lenta lletanía del cuerpu nel hedreru quise recrearme en esas relaciones imposibles. Quintia Surula fue una mujer de mi pueblo, Caudiel, pero de la que no se sabe absolutamente nada. A partir de ahí, la ficción y la búsqueda de un heterónimo hicieron el resto. Quise, eso sí, explorar los intersticios por donde pueden penetrarse el mundo de los muertos y el mundo de los vivos. Toda mi obra y mi vida están marcadas por el paganismo. -¿De dónde surge su relación con la llingua? -De mi última infancia, de mis veranos en La Pola de Gordón, mis estancias en la ciudad de León, mis paseos por Geras, de un conjunto de amigos de los que poco a poco, en inolvidables noches en los prados, con canciones que resonaban por las montañas, se iba extrayendo esa palabra, ese giro, esa frase entera que costaba de ubicar en un principio y luego acabó por mostrarse poderosa hasta el punto de marcar la vida literaria de uno. -¿Qué alicientes le proporciona emplear las palabras de esta lengua? -Todos. Sobre todo, y volviendo a los contenidos míticos, el de saber que no sólo haces literatura, sino que la haces en la lengua propia de una tierra que amas y, además, que con ella contribuyes no sé si a un renacimiento o a una extensión, pero al menos a conseguir que (parafraseando a Salvador Espriu) si el asturleonés muere, no digan que fue por nosotros. -¿Qué cree que podemos hacer para mantener nuestra cultura sin una comunidad autónoma propia? -La situación de las lenguas minoritarias (y sus culturas) es compleja. Siempre se piensa que un grado mayor de autogobierno puede solucionarlo, pero los ejemplos muestran que esto no es regla fija. Cataluña sueña con la independencia para asegurar vida eterna al catalán. Sin embargo, ahí tenemos el caso de Andorra, donde el uso del catalán (única lengua oficial del Estado) no deja de descender. En Valencia, con comunidad propia, el valenciano pierde hablantes cada año. Creo que en el reparto de poder hemos sido bastante desgraciados valencianos y leoneses. También a la hora de los nombres: el Reino de Valencia denigrado a Comunidad Valenciana; el Reino de León rebajado a apéndice de Castilla. Se ha perdido la fuerza mágica de las palabras y sobre todo la necesidad de que esto cale en los pueblos. Parece como si sólo existiera el interés de hacerles perder sus referencias culturales, su idiosincrasia, en beneficio de los burócratas. -Dígame una palabra leonesa que le «preste» especialmente. -Una palabra y un instante: «Guaje» pronunciada por la artista leonesa Nuria Díaz una tarde de agosto de hace veinte años. Estábamos en su casa de La Pola y el sol entraba a raudales. Si no otra cosa, nació entonces el amor por vuestra lengua y vuestra cultura.