Arthur Phillips aúna arqueología e intriga con «El egiptólogo»
Boston, 1954. El joven y rico Laurence Macy III encuentra entre los papeles de su tía Margaret la extraña historia de su antiguo novio, el egiptólogo Ralph M. Trilipush. El último día de 1922, el profesor se disponía a regresar a Estados Unidos junto a su patrocinador y futuro suegro, Chester C. Finneran, tras descubrir en Tebas la tumba del faraón Atum-Hadu. Sin embargo, decidió enviar antes sus diarios científicos y personales a Margaret, por si les pasaba «algo». Y «algo» les debió de pasar, porque desaparecieron sin dejar rastro. Para intentar resolver el misterio, el sobrino de la fallecida se pone en contacto con Harold Ferrell, el detective que investigó el caso y que hoy vive en un asilo de Sídney. Con este atractivo armazón, el escritor norteamericano Arthur Phillips ha construido El egiptólogo , una de las novedades editoriales más sorprendentes de la temporada. Un misterio, una obsesión, una reflexión sobre lo relativo del concepto de inmortalidad y también sobre la imposibilidad de interpretar de forma adecuada una realidad inevitablemente contaminada de mentiras, incluso en el presente; y, sobre todo, una narración polifónica que consigue lo que pretende; a saber, mantener al lector en ascuas durante 450 páginas. «Lo malo es que el lector busque el misterio donde no lo hay -advierte Phillips-, porque lo importante no es el quién, sino el cómo. Ya sé que se percibe enseguida quién es quién. Mi propio padre me dijo que lo había descubierto en la página 43. Pero yo no pretendí ocultarlo en ningún momento. El auténtico misterio se desvela en las tres últimas páginas, que fueron lo primero que se me ocurrió. Lo demás, son estrategias de márketing muy comprensibles».