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| El Quijote por entregas | Capítulo / Semana XXIII |

Robinsón de Sierra Morena

En que nuestros héroes se tiran al monte escapando de la justicia, y en su fuga encuentran un tesoro y a un alma en pena por mal de amores

Publicado por
Eduardo Riestra
León

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Tras el asunto de los galeotes, don Quijote y Sancho ponen pies en polvorosa y toman rumbo a Sierra Morena antes de que aparezca la Santa Hermandad y les pida cuentas. Luego aparece en este capítulo veintitrés un dilema. En la segunda edición, publicada como la primera en 1605, se inserta un pasaje en el que hacen noche en la sierra y el bandido Ginés de Pasamonte les roba el burro de las provisiones que ellos se habían cobrado en la refriega de la liberación de los galeotes, y Sancho queda lloroso hasta que su amo le promete no uno sino tres asnos de los de su hacienda. Para mí, esto crea un problema, pues este pasaje me mete una noche donde no la había y me trastoca la cuenta de las jornadas, que me gusta ir apuntando para reconstruir el calendario de la novela. Pero bueno, el que quiera este pasaje que se lo quede. Yo continúo. En medio del camino -ese mismo día o el siguiente- se topan con una maleta descuajeringada que en su interior contiene ropas, escritos y dineros. De lo primero, cuatro camisas de delgada holanda, de lo segundo un querido diario y de lo tercero un buen puñado de escudos de oro que resultan sumar más de cien y que don Quijote regala a Sancho. En la libreta leyó el caballero un soneto muy sentido de una ingrata llamada Fili y una carta todavía más quejosa que los versos. De todas formas, lo que quedaba claro es que el dueño de aquello debía provenir de alta cuna, es decir, debía tener donde caerse muerto. A don Quijote la curiosidad le podía, y decidió que habría de recorrer la sierra el tiempo que fuera necesario hasta dar con el lloroso dueño de la maleta. Pero no tuvo que esperar mucho, que al alzar la cabeza vio una figura desaliñada y medio desnuda que saltaba como un rebeco de peña en peña, de risco en risco. Decidió seguirlo contra la voluntad de Sancho, que temía tener que devolver el dinero, y emprendieron la persecución del salvaje. De pronto se toparon con la carroña todavía ensillada de una mula que debió haber sido la del ermitaño, y cerca de allí dieron con un anciano pastor de cabras, que les dio cuenta de los hechos. Había efectivamente llegado a la sierra seis meses antes un elegante joven y había preguntado a los pastores por la majada más recóndita y agreste, y hacía allí se había dirigido, perdiéndose durante semanas. Su reaparición fue para asaltar de comida a los cabreros con gran violencia de golpes y patadas o para pedirla muy cortésmente y con mucho agradecimiento, por lo que se le veía la locura, y cuando atacaba llamaba a su víctima Fernando. Estaba en su historia el pastor cuando vieron lo tres venir al mancebo de su interés, que caminaba tranquilamente hablando solo. (Continuará). 1397124194

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