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Amores que matan

En que, ¡ay Señor!, nos enteramos de que en esta vida no te puedes fiar ni de tu propia sombra, sobre todo cuando están en juego las cosas del amor El llanto de Cardenio

ABRALDES

Publicado por
Eduardo Riestra
León

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Acaba el capítulo anterior con una decisión insólita de Pero Pérez, el más famoso cura de la literatura universal: va a convertirse en el primer sacerdote travesti de la historia. Así, se dirige junto con el barbero Nicolás a la venta de Maritornes, y allí se hacen ambos con unas ropas de mujer para el primero, que cambia por su sotana, y una cola de buey que servirá de barba para el segundo, en medio de la rechufla de Sancho. Pero el cura se arrepiente de su atrevimiento y propone al barbero un cambio de papeles, lo que éste acepta. Por lo tanto continúan camino vestidos de paisano y con los disfraces guardados hasta que la ocasión lo requiera. Al llegar a la sierra envían a Sancho por delante con el mensaje de que Dulcinea requiere la presencia de su enamorado, con la esperanza de que con aquello su representación se haga innecesaria. Entonces oyen un melodioso canto que trata de desmanes, celos y ausencia; de amor, fortuna y cielo; de muerte mudanza y locura... y todo rimando con dolencia, recelo y cordura. En fin, un primor de canción. Es Cardenio sufriendo una crisis lírica. El cura, que lo reconoce del relato de Sancho, intenta convencerlo de que vuelva a la razón y a su casa. Pero el doliente les cuenta la historia de su desgracia, que nosotros hemos interrumpido en el capítulo XXIV, hace ya tres semanas (¡Hala, a la hemeroteca!). Nos enteramos ahora de la continuación de la historia, que este perspicaz cronista ya había aventurado que trataría de cornamentas y que el propio Abraldes tuvo a bien ilustrar con gran aparato. Resulta que el bueno de Cardenio se muere por los huesos de Luscinda y es correspondido. Fernando se ofrece para hablar con el padre del mozo y que éste acepte pedir la mano de la bella para su hijo, pero lo que el malvado Fernando, un niño de papá consentido y caprichoso, está realmente tramando es levantarle a la novia y casarse con ella. Para conseguirlo envía a Cardenio a casa de su hermano mayor con una carta por la que le pide unos dineros para pagar la compra de unos caballos, pero también que retenga al amigo algunos días. Entre tanto, Luscinda hace llegar a su novio un mensaje desesperado: el malvado Fernando ha pedido su mano y la boda se celebrará dentro de dos días. Cardenio, colérico, se encamina a toda prisa a su ciudad para impedir la traición. El enamorado llega a tiempo y aguarda desde un escondite que Luscinda niegue en la ceremonia su consentimiento (tipo Cuatro bodas y un funeral ). Pero, ¡oh fatalidad!, ella dice que sí. Y Cardenio se tira al monte.

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