Diario de León

OPINIÓN

Insolidaridad de género

Publicado por
ENRIQUE RUEDA
León

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EL VIAJE en metro es, de todas nuestras relaciones sociales, la que más exacerba la sensación de anonimato. El cuerpo se ve obligado a rozarse. Es imposible no cruzar una mirada, casi siempre distante, que demuestra que prácticamente podría suceder cualquier cosa, y que todo es ajeno a todos mientras todo se comparte inevitablemente durante el corto trayecto. Todas las victorias, las preocupaciones o los problemas que cada uno arrastra se palpan, se pueden saborear por la cercanía y casi se diría que para muchos podría ser la mejor ocasión para compartirlos. Y sin embargo, todo queda siempre absorto en pantallas de silencio, todo queda en suspenso, interrumpido por el crujido de las vías. Así se vive la cotidianidad de las grandes ciudades. La mujer del traje azul iba muy elegante. Apenas se sostenía en pie agarrada al único trozo del asidero que quedó libre. Cruzamos una mirada cómplice. Rápidamente entendí la urgencia de su situación. Yo también iba de pie. No tenía un asiento que ofrecerle. Miré a mi alrededor y todos viajaban absortos, ajenos a todos, ausentes hasta de sí mismos. Desconozco hasta dónde continuaba el trayecto de aquella mujer. Resulta temerario lanzarse a las calles para mucha gente. Por supuesto, entre ellos están nuestros mayores, y no porque un desalmado les pueda atacar y robarles la cartera, sino por lo que se filtra en algunas actitudes del día a día del ciudadano medio. Las cosas no van por el camino de hacerse eco de las grandes injusticias sociales, ni por el de recordar las buenas formas, las buenas maneras que se van perdiendo. Ya sé que ya no se deja pasar a las señoritas delante al atravesar una puerta. Pero eso me preocupa menos. Hay cosas que están cambiando en la epidermis de cómo nos relacionamos. Facilitar la convivencia por el puro placer de que las cosas nos vayan mejor. Todo eso que de puro sencillo se olvida y que hace las cosas más fáciles a todos, especialmente a quienes cuentan con más desventajas. Pero lo más importante es que actuemos así por decisión propia, por el simple hecho de que hemos asumido e interiorizado que las cosas deben ser así, y no porque ninguna campaña ministerial nos lo recuerde. Si mi amiga momentánea, cómplice de trayecto, pudiera leer esto, quizá me entendería mejor que nadie, porque estoy seguro de que hace a diario ese recorrido y sufrirá estas actitudes que afloran en el metro, que no en vano es una pequeña bajada a los infiernos.

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