| Crítica | Wagner no concluye en «Lohengrin» |
Traduciendo el cielo
Éxito apoteósico de las voces protagonistas interpretadas por Johan Botha, Petra Lang y Erika Sunnegardh ante la primera representación de una ópera del autor de Tristán
Un acierto en todos los sentidos el programar en el Palacio de Congresos de Salamanca, el pasado sábado, una de las obras cumbres de toda la cultura Occidental. Antes de entrar en materia apresurarnos a decir que, aunque somos perfectamente conscientes de que toda la obra de Wagner necesita, por encima de todo, ser representada para comprenderla en todo su significado de obra de arte total, señalar que ante las barbaridades escénicas que de continuo se perpetran contra su obra no dudamos ni un momento en preferir las versiones concierto como ésta que al menos vocal y artísticamente fue soberbia en todos los sentidos. Partiendo de una lectura rigurosa, fraseo amplio, romántico, atmósfera irreal, especialmente en el dúo de amor del tercer acto, Bychkov logró que la Orquesta de Castilla y León sonase como nunca lo había hecho, supliendo la falta de medios escénicos con finura y delicadeza proverbiales, y aunque en algunos momentos dejó al cantante que escogiera «su tempo», en ningún momento soltó las riendas de la acción y matizó, sugirió y delineó cada intervención con autoridad y mimo para llegar a la procesión nupcial con ímpetu y brío. Fue brillante en el preludio, delicado y atento a los detalles en el dúo nupcial, para alcanzar el cenit en esa escena final desoladora, donde las dudas de Elsa y la honestidad de Lohengrin prevalecen por encima de cualquier atisbo de amor carnal. Los coros checos magníficos, especialmente las voces masculinas que otorgaron hondura, majestuosidad y brillo al final del primer acto, de una belleza canora sobrecogedora. En cuanto a las voces protagonistas sobresalió la del tenor sudafricano Johan Botha, la última revelación en lo que a voces wagnerianas se refiere. Timbre metálico de «heldentenor» con «squillo», potencia y brillo que conmocionó por la sutil línea de canto, afinada y limpia, sin entubamientos ni caladuras, con naturalidad y matices precisos para lograr hacer su discurso fulgurante y conmovedor. Fue un Lohengrin humano y próximo, que parte destrozado hacia su destino universal. Elsa fue la sueca Erika Sunnergardh, de voz lírica dulce, con limitaciones de extensión y leves tiranteces en la zona alta, que no ahondó lo suficiente en el personaje y quedó algo distante. Otro cantar fue la magnífica Petra Lang, un animal de raza forjada en los grandes coliseos con papeles de peso como Kundry, Electra, Brangania, a lo largo de una carrera extensa y arrolladora. Fue la Orturd por antonomasia. Escénicamente perfecta, abrasadora y malvada, su voz grave y timbrada se adecuó al personaje como un guante. Cada gesto, cada mirada, cada leve movimiento de cuerpo atrapaban la atención del espectador hasta el punto que sobraban las palabras para recrear todo el mal que rodeaba a su persona. Alfred Walker, su marido, estuvo correcto, pero se necesitaba una voz con más grave que la suya. Cantó algunas partes algo apresurado y mantuvo un estatismo que no le favoreció. En cuanto al bajo Johann Till, como Enrique I El pajarero mantuvo en todo momento la credibilidad escénica y la prestancia vocal que necesita su personaje. El heraldo de Ángel Odena magnífico por potencia, timbre y poderío. Seguro y decidido fue un heraldo de lujo. Un Lohengrin cuyos inmejorables resultados deben animar a los responsables de estos eventos a repetir la experiencia en otras ciudades de la Comunidad. Mención aparte merecen el subtitulaje y los numerosos jóvenes que asistieron a la representación. Para que luego digan que Wagner es elitista y no llega más que a los puristas y puretas.