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Publicado por
ENRIQUE RUEDA
León

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IGUAL que el que visita la Torre Eiffel por primera vez y no sólo va cargado de ilusión sino que además tiñe la visita de todo lo que el imaginario común baña a algunos lugares emblemáticos, así sucede con la primera vez que visitamos una exposición. No son sensaciones parangonables pero si guardan un lejano origen semejante, un vapor y un eco comunes. Se trata de encontrarse con lo que de nuevo nos ofrece un artista, quizá nuestro artista favorito o un amigo artista que expone por primera vez. De todos y en todas las situaciones esperamos mucho más que de una salida de compras en rebajas. Esperamos que sea una experiencia relevante al menos para nuestros sentidos, capaz de conmovernos, emocionarnos o hacernos reflexionar. Juraría que en la última inauguración estaba todo el mundo en su sitio. Siempre he tenido la sensación de que el día de la boda es el que menos se aman los novios. Creo que un poco de esto sucede también el día que se inauguran las exposiciones. Nada sucede según el cometido que debe cumplir. Es el día de la puesta de largo del artista y el peor día para ir a disfrutar de su obra. Supongo que, como muchos otros actos sociales, son tan necesarios como absurdos. O quizá es que verdaderamente sí son necesarios y somos nosotros los que los convertimos en absurdos. Y es que la inauguraciones tienen algo similar al pelo que arruina el traje de la señora elegante. Desvirtúa su belleza, anula su imagen. Transforma su coquetería en ridícula parafernalia. No se muy bien de que se habla los días de las inauguraciones. Por momentos parece que en los pequeños grupos que se forman se debate sobre la obra del homenajeado. Pero tengo la sensación que nunca más la obra de un artista suscitará respuestas violentas como sucedió con los impresionistas, censurados y brutalmente arrancados de las exposiciones, ni los artistas buscarán epatar con la misma fuerza que aquellos duchampianos y surrealistas con aficiones meonas sobre las cabezas de los burgueses. No se porqué todo rezuma, desde el inicio de las exposiciones, un olor a la cuenta de resultados. Debe ser que todo se me está transformando en marketing. Cada vez menos miradas se dirigían a los cuadros y sí al vestido que llevaba no se quien, porque este León nuestro es muy pequeño y como todos nos conocemos me temo que las conversaciones no analizaban la obra del artista sino el aspecto, el último coche. Todo era cotilleo sobre los que estábamos allí.