Heridas en el paisaje
HASTA tres carros de supermercado dentro del río he contado en mi último paseo por la ribera del Torío a su paso por la zona de La Candamia. Es un nuevo récord, porque en ocasiones anteriores había sólo uno que permanecía siempre anclado en el mismo lugar. Los hitos hay que celebrarlos adecuadamente y esto me ha llevado a dedicar unas líneas a estas fechorías. Parado frente a la imagen patética de ese amasijo de hierros que, a modo de trombo, desvirtúa la circulación de las aguas, pensé en la clase de parámetros mentales que mueve a quien abandona a su suerte un artefacto como ése en el río. Su imagen funciona como una pistola colocada sobre la sien del agua pero es que las consecuencias de la degradación que supone su presencia son aún peores, suponen literalmente hacer efectivo el disparo sobre la realidad natural. No sé en qué lugar clasificar el tipo de tristeza que supone ver imágenes como éstas. A medio camino entre la decepción del boxeador que arroja la toalla y la rabia o la frustración que genera lo incomprensible. Por esos lugares caminaban mis «interiores» antes de irme asqueado al ver la misma imagen repetida en tres partes distintas del río que es como haberle partido el lomo en tres partes. Desconozco la legislación concreta, dónde está la frontera del delito ecológico y cómo se debe proceder si alguna vez me encuentro con quien se dedica a gastar su tiempo así. Pero tengo muy claro que la ley debería ser implacable y caer con la misma virulencia que sobre quien comete delitos en el mundo tecnificado. Lo natural a efectos legales debe ser continuación de la ciudad. Cualquier ciudadano tiene que estar autorizado para denunciar a quien en su presencia arroje basura, igual que se denuncian los robos. De algún modo nos llegamos a acostumbrar a los restos de los que antes que nosotros vinieron a hacer una paella. Esas actitudes injustificables de gentes a las que se presupone sensibilidad hacia el entorno, ya que dedican el domingo a disfrutar de él, tienen que ser castigadas con dureza por innecesarias, insolidarias, repugnantes, por atentar contra lo más preciado. Quien se deshace de su lavadora en un pinar comete un delito tipificado en lo más bajo de la condición humana. Si los románticos iban a la búsqueda de lo pintoresco, su sublimación, esto es su sublimación a la inversa, el deleite en la degradación. A ese paisaje no acudimos.