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Publicado por
RAFAEL TORRES
León

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ANXEL FOLE, el maravilloso narrador gallego, me dijo en la víspera de su muerte que lo más terrible de la vejez era quedarse solo para hablar: «Parece como si soplara un viento de muerte sobre mis amistades». Sus amigos habían ido cayendo, derribados por el puño del tiempo, y el bueno de Fole se había quedado solo para hablar. En lo personal, uno se siente más solo sin el maestro Haro fustigando las conciencias desde su columna diaria, recriminando su inanidad a los pusilánimes, denunciando la amnesia del país más olvidadizo del mundo y señalando los abusos, las insidias y las satrapías de los poderosos. En lo profesional, esa orfandad, ese saber que en la manzana periodística de al lado ya no vive el hombre honesto de la pluma valiente, es, si cabe, más devastadora. ¿Quién, con su sabiduría y su cultura, va a escribir ahora sobre el presente sabiendo que éste no es sino una consecuencia del pasado? ¿Quién nos lo va a recordar diariamente con afán cívico y pedagógico indesmayable? Una pequeña gran tragedia ha caído sobre éste país en el que nadie escucha a nadie: nos hemos quedado otro poco más solos para hablar.

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