Diario de León

Haendel para gourmets

El último concierto del Festival de Órgano puso el broche de oro a una gran edición

El director y la soprano en un momento del concierto en la Catedral

El director y la soprano en un momento del concierto en la Catedral

Publicado por
Miguel Ángel Nepomuceno
León

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Lo cierto es que la XXII edición del Festival Internacional de Órgano Catedral de León se nos ha ido casi sin darnos cuenta y los 26 conciertos que este año se programaron por diferentes catedrales y localidades de la provincia resultaron demasiado cortos dada la calidad y amenidad de los mismos. El balance de los 26 conciertos con los seminarios y curso de composición de Villafranca incluidos vuelven a dejar claro que en torno a este evento otoñal florecen otras actividades culturales y musicales que dan prestigio al mismo y le hacen insustituible dentro del amplio panorama musical del que goza León. Una muestra de esta calidad irá cada día a más y la muestra fue sin duda el concierto que el sábado puso colofón al evento. La Orquesta Barroca de Friburgo, el Collegium Vocale de Gens y las voces de Johannette Zomer (soprano) y Marcus Creed (tenor) fueron lo suficientemente importantes y poderosas como para rubricar con pluma de oro uno de los éxitos más renombrados que se recuerdan en las 22 ediciones. Hecho que los cientos de asistentes al concierto pudieron ratificar con sólo escucharles en las tres primeras intervenciones de los Anthem de Haendel, una suerte de piedras preciosas dentro de la vasta producción vocal del autor de El Mesias. Las voces del coro perfectamente afinadas y empastadas cuidaron las entradas y estuvieron exquisitas en cada uno de los acompañamientos, dejando claro que su nivel canoro y expresivo está muy por encima de la media europea de formaciones similares. La soprano Johannette Zomer posee una voz de lírico pura dulce y expresiva que le permite adentrarse en cualquiera de las zonas de una tesitura en la que precisamente la vocalidad no le deja demasiado espacio para las florituras y sí en cambio para la delectación en el mejor canto, con un fraseo y un legato magníficos, que pusieron al respetable al borde de la emoción. El tenor fue el ya curtido y soberbio James Gilcrist, sobre quien recayó todo el peso de los tres Anthem. Voz poderosa, timbrada, con el metal suficiente como para no resultar molesta, altamente expresiva y excelentemente proyectada le permitió llegar sin dificultad a todos los puntos de la Catedral, a la vez que hacía posible a los oyentes seguir con fluidez y atención los preciosos textos ingleses que iba desgranado en cada intervención. Marcus Creed, magnífico en la dirección, muy inglesa, con tempi justos y frases amplias; lo que otorgó a orquesta y solistas esa necesaria cadencia para respirar sin apresuramientos. Otro concierto para recordar. Un éxito sin paliativos.

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