Diario de León

| El Quijote por entregas | Capítulo/Semana XLIV |

Una mañana movidita El caballero en la venta

En que participan cuatro criados, un caballero prendido de una mano, un mozo cantarín, un juez con vocación de suegro, dos sinvergüenzas y un barbero robado

ABRALDES

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Eduardo Riestra - la coruña
León

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Por una de esas extrañas razones de la literatura, han pasado apenas un par de horas durante los últimos siete días, y en ese tiempo ha estado colgado don Quijote de su mano derecha, que Maritornes le había apresado con una cuerda a través del ventanuco de la posada. Los cuatro recién llegados intentaban despertar al ventero dando voces para que les abriese el portón de la casa, y consiguieron que no sólo éste, sino todos los huéspedes que allí pernoctaban se levantasen para averiguar el origen del escándalo. Entre tanto, Maritornes, que distinguió entre aquel orfeón la voz tronante de don Quijote, supo la causa de sus improperios y se dirigió al fallado para soltar el cabo de la cuerda que lo tenía preso. Al momento cayó don Quijote de Rocinante, que se había mantenido inmóvil como una figura de Lladró. Se compuso el caballero, tomó espada y adarga, volvió a montar al rucio y se alejó al trote por el camino para tomar carrerilla y volver al galope mientras gritaba desafiante contra los recién llegados. Pero el ventero informó a éstos de la locura de aquel, y nadie respondió siquiera a la demanda y al desafío. Preguntaron los viajeros por un joven llamado Luis, que por la descripción que daban era el mozo cantarín que tanta admiración había causado a los oyentes nocturnos. Lo encontraron durmiendo en las cuadras y lo tomaron a la fuerza de un brazo, con intención de forzarlo a volver a la casa paterna, de la que había partido para perseguir a su amada Clara. Mientras el cantor se resistía a la voluntad de los criados de su padre, se acercaron el resto de los moradores de la venta, que ya a estas alturas eran un montón, y que ahora, además, contaban con un juez. Preguntó éste a Luis por el asunto que allí se dirimía, y los criados que lo reconocieron como vecino del joven y padre de su enamorada, le descubrieron la identidad del mozo que, como no puede ser de otro modo y ya se ha dicho la semana pasada, era rico por casa. Llevado el mozo a un aparte, confesó al oidor el amor por su hija Clarita (perdonen la licencia, pero ella es una chiquilla y un servidor peina canas). Entre tanto ocurren aún algunas cosas. La primera que un par de huéspedes de los que hasta ahora no teníamos noticia se quieren marchar sin pagar, y cuando el ventero los sorprende, lo forran a golpes, y las mujeres de su familia piden ayuda a don Quijote que se encontraba por allí cerca. Éste, claro, tiene que pedir licencia a la princesa Micomicona para poder intervenir en la lid, y cuando la obtiene se encuentra que los contendientes son personas de baja estofa, con los que un caballero no puede batirse. La otra es que en ese momento llega a la venta el barbero del que don Quijote se había cobrado el yelmo de Mambrino. «Ya a esta sazón aclaraba el día; y así por esto como por el ruido que don Quijote había hecho, estaban todos despiertos y se levantaban, especialmente doña Clara y Dorotea, que, la una con sobresalto de tener tan cerca a su amante, y la otra con el deseo de verle, habían podido dormir bien mal aquella noche. Don Quijote, que vio que ninguno de los cuatro caminantes hacía caso de él, ni le respondían a su demanda, moría y rabiaba de despecho y saña; y si él hubiera hallado en las ordenanzas de su caballería que lícitamente podía el caballero andante tomar y emprender otra empresa, habiendo dado su palabra y fe de no ponerse en ninguna hasta acabar la que había prometido, él habría embestido con todos, y les habría hecho responder mal de su grado; pero por parecerle no convenirle ni esatrle bien comenzar nueva empresa hasta poner a Micomicona en su reino, hubo de callar y quedarse quedo, esperando a ver en qué paraban las diligencias de aquellos caminantes; uno de los caules halló al mancebo que buscaba, durmiendo al lado de un mozo de mulas, bien descuidado de que nadie le buscase, ni menos de que le hallase. El hombre le trabó del brazo y le dijo: -Por cierto, señor don Luis, que responde bien a quien vos sois el hábito que tenéis, y que dice bien la cama en que os hallo el regalo con que vuestra madre os crió. Limpióse el mozo los soñolientos ojos y miró despacio al que le tenía asido, y en seguida conoció que era criado de su padre, por lo que recibió tan sobresalto, que no acertó o no pudo hablarle palabra por un buen espacio; y el criado prosiguió diciendo: -Aquí no hay que hacer otra cosa, señor don Luis, sino prestar paciencia y dar la vuelta a casa».

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