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| El Quijote por entregas | Capítulo / Semana XLVIII |

Editoriales y aguas mayores

En que se alaba a algunos escritores y se desnosta a otros, pero no se dan nombres porque el lector es inteligente (bueno, se dicen: Lope de Vega y María de la Pau Janer)

ABRALDES

Publicado por
Eduardo Riestra
León

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Hoy quiere Cervantes, como Juan Marsé, hablar del premio Planeta. Él no lo cita con su nombre, claro, pero ¿a qué otra cosa se puede querer referir si no? Veamos. Caminan en apacible cháchara cura y canónigo, y va diciendo éste que efectivamente lo de las novelas de caballerías es un desastre, que aquí escribe cualquier hijo de vecino sin atender a la calidad o la verosimilitud de lo que se cuenta. Añade que él mismo tiene escritas más de cien páginas de una novela, pero que ha decidido no seguir adelante, porque ahora lo que gusta son las obras sin pies ni cabeza, llenas de disparates para el gusto del vulgo ignorante. Y pues son apenas cuatro los discretos que pueden apreciar las buenas historias, piensan los autores que más vale comer que tener prestigio. Añade sin embargo que él mismo ha querido convencer a numerosos autores que se puede hacer buena literatura y tener éxito de público, y cita como ejemplo al Fénix (vale, lo digo: se refiere a Lope de Vega, pero a ver si espabilamos, que no está bien que un servidor lo aclare todo siempre). Dice también que las malas obras hacen que los actores escapen al final de la representación para evitar represalias. Hombre, ¡visto así! Luego propone algo que, la verdad, huele un poco a chamusquina. Sugiere el canónigo que los gobiernos nombren un juez de calidad, que sea quien autorice o rechace la publicación de las obras. Vamos, como un editor (ya que estamos, como Lara) pero a nivel de funcionario. Entre tanto, llegan al prado donde pretenden merendar y dormir la siesta, y yo voy viendo que coincido con el canónigo no sólo en que también tengo cien páginas de una novela (¿y quién no?), sino en lo apetecible que me parecen la merienda y la siesta que se proponen. Mientras tanto Sancho, advirtiendo relajada la guardia entorno al carro de bueyes que carga con la jaula de su amo, se le acerca para ponerlo sobre aviso de la falsedad del encantamiento, y descubrirle la identidad de los enmascarados, que no son otros que cura y barbero. Y para demostrar su afirmación pregunta con todo recato a su amo lo que no es sino la prueba palpable de la conspiración, la demostración de que el caballero no es víctima de ninguna magia; porque, vamos a ver, ¿no tiene acaso don Quijote ganas de hacer caca? ¿Sí? Pues eso.