Diario de León

El escritor conjuga en la novela el realismo hispano con el experimentalismo anglosajón

Lago: «En Nueva York he constatado que nunca hay patria sinidioma»

El ganador del Nadal con «Llámame Brooklyn» dice que nunca escribiría en inglés

Los escritores Eduardo Lago y Lluís María Todó

Los escritores Eduardo Lago y Lluís María Todó

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José Oliva - barcelona
León

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El escritor Eduardo Lago, ganador el vierns del último Premio Nadal con la novela Llámame Brooklyn , ha dicho que en su ya larga estancia en Nueva York ha constatado que «no hay patria sin idioma». Llámame Brooklyn , que publicará Ediciones Destino, es la historia de un periodista de Nueva York que recibe la noticia de que su amigo Gal Ackerman, veinticinco años mayor que él, ha muerto. El suceso le obliga a cumplir un pacto tácito: rescatar de entre los centenares de cuadernos abandonados por Ackerman en un motel de Brooklyn, una novela a medio terminar, y entregarlo a una única lectora, la rusa Nadia Orlov, de quien hace años que nadie había vuelto a saber nada. En una entrevista, Lago ha comentado que su novela no tiene nada de autobiográfica, aunque se nutre de su particular situación vital: «Como escritor estoy en el punto de convergencia entre la literatura castellana y la norteamericana, la tradición realista española y experimentalista estadounidense». De esta última, destaca a Don Delillo, por «su manera de reflexionar sobre la historia, y por ser además un escritor encerrado en sí mismo». Además de esa «gran tradición americana», Lago se considera heredero de su «padrastro» literario, Felipe Alfau, un escritor catalán que vivió en Nueva York y escribió en inglés y al que convirtió en personaje de ficción para la novela. Vida en Nueva York Llámame Brooklyn nació sin estridencias, «poco a poco, casi como una revelación», partiendo de un lugar, un bar más o menos recreado; unos personajes, salidos de las centenares de anotaciones que comenzó a su llegada a Nueva York, hace casi veinte años, y después de buscar la mejor manera de canalizarlos, y «me di cuenta de que esa forma era la ficción». A pesar de que fue muy bien acogido en Nueva York, en la metrópolis norteamericana ha echado de menos «la proximidad al castellano, pues se hace difícil escribir una novela alejado de tu propia lengua. Mi gran drama es que me faltaba el castellano, lo necesitaba, no lo oía y me sentía desorientado por eso». Al estar alejado de su país, Lago recordaba la experiencia del poeta polaco Milos, exiliado en EE.UU. y que nunca quiso escribir en inglés, porque «la lengua era la única patria que le quedaba». El interés editorial en que escriba una segunda novela ha llevado a Lago a plantearse volver durante un tiempo a España aprovechando que tiene un año sabático en el Sarah Lawrence College de Nueva York, donde imparte clases de literatura española. Como en un viaje contra la tradición, Lago evoca la riqueza de la literatura de los hispanos que escriben hoy en inglés, que arranca con Oscar Hijuelos, quien fue «el primero en dar el aldabonazo, todos autores que escriben en inglés pero con un paraíso perdido, la lengua de Cervantes». Como observador crítico de ese fenómeno, Lago considera que «la mayoría de los escritores latinos están aquejados por una enfermedad muy grave: la necesidad del mercado, que les ha convertido en un producto de marketing». El libro está concebido, ha dicho, como «una constelación de historias que convergen: una historia de amor, amistad y soledad, así como un canto al misterio y el poder de la palabra escrita». Lago se muestra en desacuerdo con los que dicen que la novela ha muerto y corresponde a otra época: «Hay un libro para cada tipo de persona, incluso para aquellos que habitualmente no leen», dijo.

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