Diario de León

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El arco milagroso de Steven Isserlis

Alberto Zedda al frente de la Sinfónica de Galicia brindó una memorable versión de la primera sinfonía de Borodin

Publicado por
Miguel Ángel Nepomuceno - león
León

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UUn gran acierto por parte del Auditorio el poder invitar a un chelista de la talla del británico Steven Isserlis, a quien además acompañó una orquesta de primera, la Sinfónica de Galicia a las ordenes de un veterano pero impecable director, el milanés Alberto Zedda, los cuales plasmaron una de las veladas más carismáticas habidas en este Auditorio en los cuatro años de su existencia. Lo que Isserlis sembró en la sala sinfónica del edificio de Eras fue de otra dimensión, algo nada de lo habitualmente escuchado en estos espacios musicales. Su lectura del Concierto para violonchelo y orquesta de Walton resultó un prodigio de trasparencia, donde su arco maravilloso y su vibrato penetrante y amplio otorgaron a cada frase de su discurso esa ineluctabilidad luminosa y brillante que sólo los elegidos pueden obtener. Arco ahíto de espiritualidad al que Isserlis insufló matices y cadencias inimaginables para conducirnos desde el moderato del arranque hasta el tema e improvisación final por un sendero sembrado de notas desgarradas, tiernas, etéreas o sencillamente fascinantes, gracias al poder de su mano izquierda al servicio de una técnica impecable y subyugante. El allegro apassionato fue una lección de lirismo sobre cuatro cuerdas, con notas suspendidas que pugnaban por quedar flotando sobre las siguientes hasta dedar todo diluido en una suerte de caleidoscopio, sutil y evanescente. La orquesta le acompañó con seguridad, dejándolo expresarse sin agobio y arropándole en los pasajes concertantes con la flexibilidad necesaria para que todo el tejido sonoro mantuviera esa textura tan necesaria para evitar caer en lo melifluo. La propina después de los interminables aplausos fue un homenaje a Casals y su Cant dels ocells en una versión tan personal, lírica y vibrante que resultó nueva a pesar de su asiduidad. Zedda volvió a demostrar la categoría de gran director que es. Imprimió a la orquesta ese vitalismo tan italiano, con una frescura en las lecturas y un equilibrio en las exposiciones que resultaron modélicas. El primer movimiento de la sinfonía El filósofo, con la que se inició el programa es uno de los más elegantes que he escuchado. El diálogo entre el corno inglés y el fagot fue todo un ejemplo de trasparencia y diafanidad asombrosos, a la vez que las cuerdas imprimían ese aire entre reflexivo y lúdico con precisión cronométrica. La levedad de los violines se complementó con la profunda respuesta de los chelos dando la sensación de un largo paseo a través del campo, mientras se piensa y se contempla. El finale Presto estuvo llevado con tal fuerza y vigor que resultaron sorprendentes en un director que no es precisamente un joven pero que como ya ha demostrado en anteriores ocasiones, conduce a las formaciones con la facilidad de un quinceañero. La primera de Borodin con la que se cerró el programa mostró a un soberbio Zedda y a una orquesta deslumbrante, donde la cuerda, la madera y la percusión jugaron las mejores bazas de esta obra poco escuchada pero llena de lirismo y sobriedad. Un concierto magnífico con un solista como Isserlis que no debería faltar en sucesivas programaciones.

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