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Sin lugar para la mesura

El realizador afirma que «ante la ausencia de manifestaciones divinas», dejó de creer en Dios, ocupando su lugar el cine

Publicado por
Mercedes Cerviño - madrid
León

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Afilado, extremista, sin hueco para la tibieza o la mesura, así se percibe a Pedro Almodóvar, el director que comenzó reivindicando la frivolidad, lo que hizo que muchos dudaran de una genialidad que, ahora, alcanzada su madurez, con dos Oscar y el Príncipe de Asturias en su haber, pocos cuestionan. Pedro Almodóvar Caballero nació en Calzada de Calatrava, en un Mancha árida donde vivió los primeros ocho años de su vida, antes de trasladarse con su familia y «sin un duro», como a él le gusta recordar, a un pueblo de Cáceres (Madrigalejo). Allí estudió en un colegio religioso, pero a los once años, «ante la ausencia de manifestaciones divinas», dejó de creer en Dios, ocupando su lugar el cine, al que descubrió a través de unos cromos de estrellas de Hollywood que venían adheridos a unas tabletas de chocolate. Los dramas y comedias de Hollywood o el neorrealismo italiano que devoraba eran lo opuesto a lo que los curas trataban de inculcarle, por lo que llegó a «aceptar que era un proscrito, un pervertido». A los 16 años, decide romper con el futuro «de oficinista de un banco en el pueblo» que le tenía preparado su familia y se va a Madrid, contagiado por la fiebre de ser actor. Porque ya entonces, y más ahora, para él «el cine son los actores». Así que ingresa en la compañía de teatro Los Goliardos, alternando la vida nocturna con el trabajo como auxiliar administrativo en la Telefónica, un trabajo que le proporciona «una información incalculable sobre la clase media-baja española». Con su cámara de súper 8 rueda lo que vive: La ebullición de la noche, la marginalidad como reivindicación, la explosión del movimiento gay, las drogas como elemento lúdico y como modo de rechazo a una sociedad convencional. En resumen, lo que fue «la movida» madrileña. Primero eran cortos mudos que exhibe ante sus amigos, a los que él pone diálogos improvisados. Luego, otros con sonido ambiente, como Dos putas/Historia de amor que termina en boda, o La caída de Sodoma. Pero no es sólo el cine lo que ocupa su mente: Almodóvar escribe, hace fotonovelas porno-punkis para la publicación de cómics en El Víbora, se desdobla en Pathy Diphusa, actriz porno desbocada, en la revista La Luna de Madrid. Y, años más tarde, firma una novela, Fuego en el cuerpo. Se viste de guata y perlas para actuar junto a Fabio McNamara en el dúo Almodóvar y McNamara y, por fin, en 1980, estrena su primer largo: Pepi, Luci, Bom, y otras chicas del montón. Desde aquí y hasta su última película, se mantiene su capacidad para provocar, su maestría en la dirección de actores, sobre todo actrices, y las pasiones encontradas que desata. A cada paso que da, su carrera se hace más internacional. Llega a festivales como el de San Sebastián o Venecia, pero es Francia la primera que le rinde tributo como el cineasta más rompedor. Hasta que, en 1989, el furor llega a Estados Unidos, donde Mujeres al borde de un ataque de nervios» se queda a un milímetro del el Oscar. Con productora propia desde 1986, El Deseo, Almodóvar deja los asuntos del business a su hermano Agustín, «Tinín», al que otorga siempre una pequeña intervención, a modo de recordatorio en cada uno de sus filmes.

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