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Publicado por
LUIS GRAU
León

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SIRVAN estas líneas como contestación a los artículos publicados por la prensa local este miércoles 17 de mayo sobre la presencia supuestamente conflictiva de dos instalaciones artísticas en el santuario de La Peregrina y la ermita de la Virgen del Puente de Sahagún. Vayamos por partes. En el caso de la obra El vientre de la vida , en la capilla de Diego Gómez de Sandoval de La Peregrina, ambos periódicos están bien informados cuando aseguran que la obra de Benjamín Menéndez formó parte de la muestra Otro lugar de encuentros, en el verano de 2003, organizada por el Museo de León entre otros. Al término de aquella exposición, se acordó la permanencia de esta pieza hasta tanto se llevaran a cabo las tareas de restauración del santuario, que entonces (como ahora) se decían «a punto de comenzar»: inminentes. Nostra culpa no habernos dado cuenta de que tres años era un plazo demasiado largo para esa inminencia. Vayan entonces por delante nuestras disculpas y el anuncio de que retiraremos la obra de manera inmediata. Antes, seguro, de que empiecen esas obras. Pero lo que no resulta de recibo es que se «exija» con tanta rotundidad y en grandes letras de prensa, en la versión de Diario de León, sin haber dado ni siquiera la oportunidad de actuar previamente, mediante un aviso, ya no escrito, sino simplemente telefónico. Nadie nos ha llamado para efectuar esa queja, que conocemos por el periódico, un lugar, creemos, para quejarse cuando fallan otras instancias más sencillas y directas. De todas formas, tampoco sabemos bien quien se queja, pues como ya ha sucedido en anteriores ocasiones la «exigencia» viene de «los vecinos», un plural muy elástico, que no aclara cuántos o quiénes. Por cierto que resulta chocante que en el mismo artículo se diga que la obra «impide contemplar la riqueza arquitectónica de la capilla» y, poco más adelante se afirme que «este espacio podría ser ocupado por otro artista». O lo uno o lo otro. Caso diferente es la obra Topografías mansas, de Sergio Molina. Pieza concebida para permanecer, sirviendo de contraste al entorno monumental sin tocarle o agredirle, cosa que sí hacían los adefesios que yacen bajo ellas. Que no hubiera mesas en ese merendero parece haberlo solucionado ya el ayuntamiento. Que no guste a alguien es una cuestión opinable, y a lo mejor gustan más esas horripilantes esculturillas de bronce que muestran a un peregrino caminando por doquier. Pero que constituyen un incremento indiscutible (y, por cierto, regalado) del patrimonio cultural de Sahagún es algo que, todavía, nadie ha agradecido o reconocido públicamente. No hace falta, pero tampoco lo contrario.

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