| Reportaje | Genio de la risa |
El inmortal Billy Wilder cumple cien años
El jueves se conmemora el centenario del director de algunas de las mejores comedias de la era dorada de Hollywood
Ha sido uno de los mejores directores de la historia del cine. Gozó del respeto de actores, realizadores, crítica y público, y su energía y dinamismo marcaron estilo durante décadas. El próximo jueves, Billy Wilder hubiera cumplido cien años, pero no llegó a esa cita. En marzo de 2002 una neumonía puso punto y final a una vida llena de grandes películas como Irma La Dulce, El apartamento, Con faldas y a lo loco, En bandeja de plata, Un, dos, tres o El crepúsculo de los dioses. «Mi única ambición es entretener», dijo un día el director de origen austriaco Samuel Wilder, que adoptó el nombre de Billy por su devoción a Buffalo Bill, y que se sentó en el olimpo cinematográfico -para muchos, entre los que se encuentra Fernando Trueba, es «dios»-, por tener una de las filmografías más sólidas de Hollywood, que le reconoció con un Oscar especial por su aportación al séptimo arte, su ingenio, ironía, honestidad y agudas observaciones sobre la vida. Desde la década de los 30 hasta comienzos de los 60, Wilder dominó la edad de oro de la meca del cine, donde fue uno de los grandes directores, productores y guionistas. Quiso ser abogado, pero el periodismo se atravesó en su camino, lo mismo que el cine, al que llegó como guionista y donde se movió como pez en el agua en la comedia, aunque conoció a la perfección los resortes del drama. Cínico, socarrón, escéptico y sarcástico, el último icono del celuloide nos dejó hace cuatro años, pero su silencio fue más prolongado porque fue en 1981 cuando firmó su última obra, Buddy. Arrinconado por la industria, en una premiere en la que coincidió con Susan Sarandon, le comentó que había ido «para que no crean que estoy muerto». De familia judía, Wilder, que ejerció de periodista y acompañante en Berlín, se fue pronto de Europa ante el ascenso de Hitler. Ya había escrito varios guiones para películas alemanas y su genio no pasó inadvertido para otros europeos emigrados a Hollywood, como Ernst Lubitsch, con quien colaboró en el guión de Ninochtka e hizo el meritoriaje. En los años cuarenta despegó como director en todos los géneros y ganó dos Oscar por el drama Días sin huella, película en la que conoció a la que sería su segunda y última mujer, Audrey Young. En las dos décadas siguientes tuvo sus grandes éxitos y los que le valieron el apodo de «rey de la comedia» con títulos como El apartamento. 60 películas Y es que este bajito austriaco reflejó las soledades, valores y frustraciones del ciudadano medio norteamericano a través de unos tipos imperfectos, miserables y mezquinos como el oficinista trepa de El apartamento, el guionista fracasado que acaba de gigoló en El crespúsculo de los dioses, el proxeneta de Irma La Dulce o la pareja de reporteros carroñeros de Primera plana. En el más de medio siglo que dedicó al cine, Wilder escribió 60 películas, dirigió 26, cosechó 21 nominaciones a los Oscar, de los que ganó siete. Con una filmografía memorable, a Wilder le cambió la vida en 1938, cuando hizo El crepúsculo de los dioses, la mejor película sobre el mundo del cine con una Gloria Swanson bajando las escaleras en la sobrecogedora escena final.