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| Crítica | Música |

Deslumbrante Bayo

La soprano brindó en el Auditorio uno de los más redondos recitales que se recuerdan, lleno de musicalidad y lirismo

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Publicado por
Miguel Ángel Nepomuceno - león
León

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Nadie duda a estas alturas que María Bayo es una soprano que cuando sale a un escenario, lo da todo sin contemplaciones. No importa que sea en provincias o en gran urbe, ella siempre está dispuesta a cantar con el capital, nunca con los intereses. Y esto es algo tan consustancial a la cantante navarra que el público lo advierte de inmediato y desde ese mismo instante respira, siente, sufre, ama y ríe con ella, porque María es una prolongación de sus sentimientos. El pasado viernes cantó por primera vez en el Auditorio Ciudad de León, y aunque los aficionados tuvieron que esperar más de un año para escucharla en su plenitud, ella se resarció cantando como nunca. Presentó un programa muy a su medida. Con Mozart para colocar y frasear y Esplá, Toldrá y Monsalvatge para enardecer y concluir. Acompañada con mimo por su nuevo pianista Maciej Pikulski, María se meció con flexibilidad y delicadeza por cada una de las siempre difíciles arias del autor de la Flauta Mágica, partiendo de ese timbre luminoso y trasparente que la permite  lucir  su portentosa gama de recursos expresivos y dramáticos, la simpática navarra brindó una actuación ahíta de delicadeza, control, lirismo, sentido teatral, y sobre todo de inteligencia y musicalidad, lo que otorgó a cada uno de los lied esos colores tan peculiares que sólo una voz de perfecta dicción y refinado fraseo puede trasmitir. El auditorio cantó y vibró con ella y aunque siempre surgen los temidos «palmeros», que no saben que hacer con las manos y unen a su desconocimiento musical la virtud de querer saber más que nadie y lo aplauden todo sin esperar a que concluyan los grupettos de lied, sin embargo los buenos aficionados, que por fortuna abundan, los que escuchan, sienten y aplauden cuando deben, esperaron con paciencia benedictina a que los «adelantados de la corchea» dejaran por un instante quietas sus zarpas para poder así brindar como mandan los cánones su tributo de admiración a quien lo estaba dando todo en el escenario. (Una sugerencia, ¿y si se les diera a esos «palmeros» un llavero a la entrada para que se entretuvieran dándole vueltas mientras dura el concierto? Eso sí, que fueran de goma para no hacer más ruido). Es de admirar la maravillosa utilización de los reguladores que posee la soprano y cómo cincela cada grupo de frases, uniendo a la perfecta dicción, los cortes, los acentos, la media voz, y sobre todo esos finales de frase que son como cuchillos o flotan etéreos hasta la extenuación. Maravilló María en la segunda parte con ese manera de decir a Esplá, Toldrá y Mosalvatge, uniendo gestualidad, técnica y arte y derramando españolismo por los cuatro costados. Fue una vez más la noche de María Bayo, una noche llena de calor, lirismo y simpatía gracias a una voz que cautiva de inmediato por su honestidad, pureza y afinación, lo que unido a su facilidad para adueñarse de los personajes a los que da vida confieren a cada una de sus actuaciones esa magia que sólo el canto puede crear.