Diario de León

PERFIL

Viggo: el dedo en la herida

Publicado por
Mª DOLORES GARCÍA
León

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AUNQUE los leoneses somos dados al fácil descuido de nuestros hombres, tanto como al desmesurado halago del extraño, buscando en lo foráneo la excusa del homenaje negado, algo ha conseguido Viggo Mortensen, el caminante audaz. Por primera vez en años, los leoneses nos mostramos unánimes y casi sin que sirva de precedente, hasta orgullosos de sus raíces comunes. Nadie, ni siquiera el presidente de la nación actual, leonés de pro, ha conseguido devolver a León una parte de su perdida ilusión y gloria., pues por mucho orgullo de pueblo regio y viejo que se tenga, no es suficiente para levantar el día a día. El mal interpretado orgullo leonés es como una antigua herida cerrada en falso que impide ser limpiada y purificada. Sin embargo, hemos tenido la suerte de tener entre nosotros a quien no sólo sabe blandir una espada, con la que cercena falsos espejismos, sino que también intenta curarnos de nuestra ceguera y nuestro vetusto mal. Es de ficción su personaje y extranjero quien lo encarna, pero quizás por esta razón ha penetrado mejor en el verdadero mal. Somos lo que fuimos, pero también lo que nos hemos empeñado en no ver, en no decir, en no saber. No se engañen quienes intenten hacerle paladín de sus complejos, de sus incompetentes fracasos, de sus pretensiones diversas. Él no viene a eso. Ese es nuestro particular trabajo, de nadie más. Ni en la recreación de su personaje de Alatriste ni en su libro Linger se ha dejado seducir por lo que de colorista tiene la ciudad o la provincia. Antes bien nos abre los ojos sobre aquello que se trata de ocultar. No recoge la luz de las famosas vidrieras de la catedral, sino la luz mortecina del escaparate de la calle de Azabachería, a través de los límpidos ojos de unos niños. No se nutre del dolor de nuestra internacional Semana Santa, sino del rostro distraído del niño que no comprender el porqué de tanta algarabía. No perpetúa la montaña exultante de libros para turistas, sino la perenne y brumosa que observa callada y herida el lento transitar diario de unas gentes que parecen olvidadas a su suerte. No es pues merecedor Mortensen de insignias de oro por enarbolar nuestras glorias, sino por haberse atrevido a meter sus dedos en la herida -como Alatriste lo hacía en las de sus compañeros- y averiguar la gravedad de su mal. Gracias a él, quizás ayer se descubrió así mismo algún otro leonés en la diáspora y ha empezado a creerse un poco más necesario en su tierra.

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