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Los organizadores reseñaron el éxito de las jornadas y emplazaron al público para otras nuevas

«Ningún otro rey de la Península podía competir con el de León, era el ungido»

El académico Miguel Artola Gallego cerró ayer el congreso sobre «Monarquía y sociedad»

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E. Gancedo - león
León

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Éxito por la gran afluencia de público, éxito por la gran altura -a nivel internacional-, de los intervinientes (las actas completas prometen ser de lo más interesante) y éxito por el impulso que supone para la organización de unas nuevas jornadas centradas en la historia del Reino de León. Éstas son las principales conclusiones del congreso Monarquía y sociedad organizado por la Fundación Monteleón, Caja España y el Obispado leonés. Las últimas ponencias del congreso se dedicaron al tema Orden y moralidad . Moderado por el catedrático emérito de la Universidad de Santiago Manuel C. Díaz y Díaz, el primero en hablar fue Emiliano González, catedrático de la Universidad de Burgos, quien se refirió a la sociedad medieval como «violenta y radical, donde el hombre no duda en emplear la fuerza activa». De ahí que el derecho, a veces bajo la forma del rey juez que imita al Dios juzgador, se alce para castigar al hombre «que vulnera el orden de una sociedad jerarquizada y rígida». Lo cual no quita para que en todo el período estudiado se sucedan las «rebeliones, tensiones, agresiones, violencia sobre la burguesía de las pueblas jacobeas y usurpaciones a la iglesia», aseguró. Por su parte, Patrick Henriet, catedrático de la Universidad de Burdeos III y Manuel González, catedrático de la Universidad de Sevilla, hablaron respectivamente de Religiosidad del pueblo y Moralidad en el Reino . Sus ponencias pusieron de manifiesto los intentos de sucesivos concilios por acabar con faltas morales que, por las muchas veces que se mencionan, debían ser muy comunes en la época, incluso entre los mismos religiosos. Así, por ejemplo, los concilios de Coyanza o de Compostela, donde se prohíbe que los clérigos «lleven armas», se les insta a que no anden «con mujeres extrañas» y a que cuiden su aspecto, vistiendo siempre de negro y afeitada la cara. Otros catálogos «de delitos morales», como dijo Manuel González, instaban a la gente a no cometer delitos contra la propiedad, falsificar moneda, raptar mujeres o apropiarse de los bienes de la Iglesia. En especial a los clérigos se les advertía contra el «bestialismo» y demás pecados «que merecen muerte». Otros testimonios indican que algunos semi-religiosos «iban de lugar en lugar buscando mujeres», a éstos se les conminaba «a entrar en alguna orden o a casarse». Las prohibiciones, para con los monjes, de «jugar a los dados», de vivir «fuera del monasterio», de llevar «espuelas doradas o vestidos lujosos» o de «ir a las tabernas» eran repetidas una y otra vez. Parece ser que «ni los abades» se escapaban a estos deslices. Rapto de muchachas En lo que respecta a los laicos, delito muy perseguido era, por ejemplo, el del rapto. González encontró un documento leonés que narra un secuestro «grupal» en el que la raptada declaró que se había producido con su consentimiento: pese a ello, todos fueron reducidos a servidumbre. Y es que, como dijo este experto, «nadie era un santo en aquella época». Culminó el congreso Miguel Artola, académico de la Historia, quien se refirió al largo proceso -a nivel europeo- por el cual se llegó a la instauración de los reinos peninsulares. Habló de las grandes invasiones a la caída del imperio romano y del fenómeno de «mestizaje» y cambios políticos que tuvieron lugar después. «Es primero el título de rey que el del reino». Y así, está el rey de los francos, de los visigodos, pero no el nombre del país. «La forma rex indica un poder absoluto, soberano» y a esta forma llegaron, en muchas ocasiones, los condes que iban acumulando tierras y poder. Del reino de León, con el que al principio ningún otro podía competir (el Papa no admitió el reino de Navarra hasta 1169), se pasa a una Monarquía cuando se une con Castilla «pero ambos reinos mantuvieron leyes propias».