Dos Goliats y un David

Sólo teniendo el mayor número de datos posible puede un individuo hacerse una idea correcta acerca de un tema. Lo mismo pasa con los pueblos, las culturas y las identidades, tan apetecibles por los poderes políticos para sacar partido de ellas. De este modo, para conocer bien la realidad berciana no se puede prescindir de los múltiples y complementarios factores de los que está compuesta. No se puede prescindir de su poblamiento característico en aldeas de pequeño-mediano tamaño, exactamente igual al de todo León y norte de Zamora, ni de su tradicional diversificación agroganadera, ni tampoco de su sistema de concejos o juntas vecinales por las que esas aldeas se han venido autoorganizando, tal y como han puesto de relieve diversos investigadores y etnógrafos. Pero también es importante la lengua leonesa o asturleonesa, algunas de cuyas más vivas manifestaciones se encuentran en la orla montañosa berciana (Alto Sil, Montes de León, Cabreira) -y que por el momento no cuenta con ninguna protección legal-, los típicos trabajos comunales (facenderas, etc.), la música (la chifla y tamborín que se extendió por toda la región leonesa, o la gaita de fole), los romances de raíz medieval o la arquitectura de corredor y mampostería. Es obvio que existen fuertes vínculos naturales con Galicia (sobre todo con su parte oriental), e igualmente lo es su amplio fondo de cultura común leonesa. Pero al no existir un ente administrativo de suficiente entidad llamado León y dado que esta palabra se ha cargado de connotaciones en el Bierzo, los nexos entre uno y otro lado, o no se conocen, o se han debilitado. Así se llega a este extremo en el que no hay León ni Bierzo, sólo Galicia y Castilla. Sería bueno recordar aquí cómo firmaban muchos bercianos en la Edad Moderna. Tras su nombre y lugar, escribían «Provincia del Bierzo. Reino de León».