Diario de León
Publicado por
Miguel Ángel Nempomuceno - león
León

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No estoy descubriendo nada cuando digo que pocos tenores como Ignacio Encinas saben estar sobre un escenario con el empaque, la gallardía y el señorío del que hace gala el tenor leonés. Si a eso unimos una voz que cautiva por su timbre heroico, por sus agudos portentosos o por saber decir cada frase a flor de labio, con intencionalidad y vocalidad excelentes, entonces, sin duda, podemos decir sin temor a equivocarnos que nos encontramos ante uno de los últimos tenores de bravura. Y no me estoy refiriendo sólo a la entrega con la que siempre adorna sus intervenciones, sino a esa fuerza poderosa que contagia cuando se adueña del personaje al que da vida. Encinas es canto puro, al más alto nivel y aunque a veces esa entrega le juega malas pasadas porque puede más el corazón que la mente, sin embargo todos los que disfrutamos con su hermosa voz se lo agradecemos infinitamente. Y lo hacemos porque somos conscientes de que ya no quedan voces que lo den todo con tanta generosidad sin mirar el mañana. Encinas lo sabe y de ahí que esa dadivosidad canora tenga aún más mérito. Cuando se le oye entonar frases como el conocido Amor ti vieta, de Fedora, con esa musicalidad subyugante, o el intensamente lírico y doliente Pourquoi me reveiller, con ese canto acariciador en el que la voz queda contenida en la máscara, sin tener que utilizar apenas los resonadores más que para dar cuerpo a los sonidos, entonces comprendemos el porqué de su canto hecho para emocionar. La tremenda musicalidad que otorga al acariciador Adio fiorito asil, una de las arias de tenor menos escuchadas, no por menos agradecida, sino por la pobre línea de canto que le insuflan otros tenores menos sutiles, hacen de esta gema, un verdadero regalo en la voz de Encinas. Él sabe como tratarla. Primero la enmascara levemente haciéndola surgir con delicadeza hasta que se expande de repente mostrando toda la belleza que encierra este canto para volver a enmudecerla cadenciosamente dejando que la voz se extinga en una especia de queja inconclusa. Fue uno de los momentos más hermosos de la noche. La orquesta mantuvo en todo momento el pulso, se plegó a las exigencias del tenor y lo meció a su gusto para que pudiera expresarse con total libertad, sin apresuramientos, sin cambios bruscos de tempo, si forzar las dinámicas con el fin de que la voz corriera ágil y limpia, por todo el auditorio, con naturalidad. En sus intervenciones en solitario con esas deliciosas oberturas de Carmen, La forma del destino y Payasos, dejaron una vez más constancia de que es una de las mejores orquestas del panorama nacional, que se amolda a todos los repertorios y que cuida al máximo cada una de sus actuaciones. Una gran velada con dos protagonistas de excepción: Ignacio Encinas y la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, con el siempre eficiente Posada en el podio.

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