Diario de León
León

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ENTRE los deberes de un político está aguantar el chaparrón cuando se avecina una tormenta. Los ciudadanos pagan el sueldo, con lo que deberían tener, al menos, derecho al pataleo. Si los que te han votado te exigen que rindas cuentas, hay que ser un poco valiente y poner la otra mejilla, sobre todo ahora que estamos en Navidad. De verdad. A veces, la elegancia rinde más enteros que la cobardía, aunque tengas que atarte los machos. Ya sabíamos que en la manifestación de ayer los ciudadanos iban a dar estopa a diestro y siniestro, ya sabíamos que habría soflamas injustas y que algunos sacarían el esperpento a pasear. Es lo que tiene la pluralidad, que a veces se cruza en su camino algún freak. Pero ¿qué más da? Al fin y al cabo, la política es luchar contra las dificultades cotidianas, es el arte de hacer real lo posible y poner las bases para que lo imposible se acerque, en la medida de lo posible, a lo que todos consideramos objetivo. Y, para eso, algunas veces hay que tragar sapos y pensar menos en uno mismo, en los votos que se pueden sacar de la metrópoli o en la disciplina de partido. Resultó extraño, pues, que faltaran tantos. ¡Ole por Cantalapiedra, Evelia y Humildad! Extraño, pero, sin embargo, dentro de la cotidianidad. Es lo que tiene este sistema en el que nos vemos de manos atadas a la hora de decidir quién queremos que nos represente. De eso se encargan los partidos y es a ellos a quienes hay que rendir cuentas. Por eso es normal, por ejemplo, que se prefiera brindar con los funcionarios municipales antes aguantar que te insulten. No está mal confiar en la parcela electoral, pero los votos no se pescan en la cesta de los convencidos. Aunque sea de vez en cuando, es de agradecer que se pongan del lado de los que pagamos.

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