Diario de León

Discreto regreso de Ortega Cano

El diestro de 53 años volvió a los ruedos en Olivenza, compartiendo cartel con Enrique Ponce y Antonio Ferreña, ante una plaza llena y en tarde lluviosa

Ortega brindó el primer toro a Rocío Jurado

Ortega brindó el primer toro a Rocío Jurado

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Barquerito - madrid
León

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La reaparición de Ortega Cano se atuvo a casi todo lo previsto. Pero no se contaba con que fuera a salir tan astifino el toro de la reaparición. Un toro vareado y con motorcito, de buena viveza. A Ortega le costó estar con él, pero se salió hasta los medios con el capote en el recibo. Sin llevarlo metido en los vuelos, le bajó las manos, se lo sacó de encima no sin apuros y remató con media bien dibujada. En el quite repitió a la verónica. Tres lances de más asiento y otra media mejor dibujada. El toro llevaba encima dos puyazos y se había ido al suelo dos veces seguidas, pero las puntas imponían respeto. Además de las puntas, una pizca de agresividad. Prudente, Ortega tanteó en largas pruebas sin estirarse, le pegó al toro muchas voces, no llegó a confiarse. Despegado, nervioso, mal colocado, más falto de lo sitio de lo esperado, movidos los pies pero sin reflejos las piernas. Un pinchazo, una estocada ladeada y tres descabellos. La desilusión se dejó sentir. Se guardó un silencio condescendiente. Al abrirse el portón de cuadrillas y asomar en solitario Ortega de luto riguroso, la ovación fue larga y cerrada. Luego aparecieron las cuadrillas. En gesto insólito, Ferrera y Ponce le estrecharon la mano antes de empezar el desfile. Como se esperaba, uno y otro le brindaron el primer toro de sus lotes. Según estaba anunciado, Ortega se fue a los medios para brindar al cielo la muerte del toro de la reaparición. El brindis iba por su difunta esposa, Rocío Jurado. El gesto se acogió con otra ovación prolongada, muy cerrada. La mayor de la tarde. Una tarde, por cierto, muy desapacible. Llovió a chispitas mientras Ortega sufría con el toro del regreso, cayó una manta de agua al arrastre del segundo y durante la lidia del tercero, parecía que la corrida iba a tener que suspenderse y de pronto se calmó el temporal. Hubo que sacar tres o cuatro docenas de sacos de arena para parchear el ruedo, que es de albero y estaba empezando a enfangarse y a ponerse resbaladizo. Dejó de llover y saltó un cuarto toro del hierro de Núñez del Cuvillo. Negro lustroso, gordito, bien hecho, astifino, muy en la línea Osborne de la ganadería, que suele dar calidad. El toro fue como bálsamo para una herida. Aunque el firme remojado no invitaba a confianzas, Ortega volvió a tener el detalle de salir a parar el toro. Lo hizo sin apenas compostura, pero en el quite, después de un duro puyazo trasero y dos enterradas de pitones del toro, repitió a la verónica con dos lances muy airosos, de clásico acento. Vigilados desde demasiado cerca por los banderilleros de la cuadrilla. Este cuarto toro resultó de franciscano temperamento. Perdió mucha sangre, pero resistió. Una bondad no empalagosa, un tranco notable.

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