Diario de León

Las tres salas del anejo de Pallarés ya están abiertas como complemento al Museo de León

Un monolito de talco evoca el pasado de San Marcos como campo de concentración

La sala del claustro del edificio plateresco se dedica a la memoria de sus prisioneros

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Cristina Fanjul - león
León

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El anejo de San Marcos del Museo de León ya ha abierto sus puertas con el fin de desvelar al visitante la historia y entresijos de uno de los edificios más valiosos -tanto desde el punto de vista histórico como artístico- de España. De esta manera, las tres salas del tesoro plateresco conducirán al turista a través del tiempo: desde el siglo XVI hasta nuestros días. La primera de las salas, la que conduce al claustro, mantiene en parte el carácter que solía antes de que el lapidario se trasladara de manera definitiva a su emplazamiento actual en Pallarés. Con el fin de que no pierda esta personalidad, que caracterizó el claustro de San Marcos durante más de 200 años, el director del museo, Luis Grau, ha dejado un conjunto de estelas representativas de la colección. Pero, además, la estancia anterior al claustro se ha convertido en un recordatorio de lo que no debió ser. Este lugar ( Quienes estuvieron en San Marcos ) se abre al fondo con un gran monolito de talco procedente de las minas de Lillo que una placa de acero corta a la mitad. En ella, puede leerse uno de los versos más famosos de Francisco de Quevedo: «Vivo en conversación con los difuntos y escucho con los ojos a los muertos». Según Luis Grau, esta estructura tiene más de una lectura. «Hay que recordar que los primeros milicianos que defendieron León frente a las tropas nacionales procedían de Lillo, una de las zonas donde más minas de talco hay», destaca el director del museo. Además, Grau explica que con la placa de acero se quiere significar la brecha que supuso para la historia de España la guerra civil. Sobran las explicaciones acerca del verso de Quevedo, considerado el primer preso que penó en una de las celdas de San Marcos. Cabe destacar que el calabozo donde estuvo el poeta ya no existe, aunque de manera sempiterna se ha relacionado esta morada con una estancia de la torre oriental. «Fui traído en el rigor del invierno, sin capa y sin camisa, de sesenta y un años, a este Convento Real de San Marcos, donde he estado todo este tiempo en rigurosísima prisión, enfermo de tres heridas, que con los fríos y la vecindad de un río que tengo por cabecera, se me han cancerado, y por falta de cirujano, no sin piedad, me las he visto cauterizar con mis manos; tan pobre que de limosna me han abrigado y entretenido la vida. El horror de mis trabajos ha espantado a todos». Pero, además del insigne huésped, esta sala recuerda a los presos del campo de concentración en que se convirtió San Marcos durante la guerra civil, sin duda uno de los más terribles por los que pasaron los atribulados prisioneros. Y es que durante los escasos tres años durante los cuales el monasterio sirvió de cárcel, se realizaron algunas de las peores acciones criminales de la contienda en la provincia. La cercanía, el conocimiento que los torturadores tenían de los alli confinados, las envidias y las pequeñas miserias larvadas durante años convirtieron este lugar en la válvula de escape de la ignominia de muchos carceleros. La infamia se apoderó de aquel lugar hasta el punto de que algunos de sus prisioneros, que también estuvieron en campos de concentración nazis, aseguraron que nada pudo compararse al horror sufrido entre los arcos del claustro de San Marcos. Desgraciadamente, y a pesar de que se ha buscado, a día de hoy no existe documentación fotográfica de esta vileza. INVERSIÓN EN LA RESTAURACIÓN 300.000 euros Limpieza, restauración de alfeizares exteriores con morteros de restauración, sustitución de vidrieras en huecos exteriores, refuerzo estructural retejado y sistema para que el visitante comprenda la iconografía de la sacristía.

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