Maestro: ¿Cuántos Bruckner hay?
La Sinfónica de Galicia, con Imbal, y la de Castilla y León, con Petrenko, brindaron dos soberbias lecturas de un Bruckner agógico
Un aprendiz de director se acercó a Furtwängler tras escucharle una incandescente lectura de la octava en Berlín, con el tableteo de las ametralladoras como música de fondo, y le espetó la pregunta que da título a este comentario. Cogiéndole por los hombros, el mítico director le condujo hacia un apartado lugar de la sala medio destruida por las bombas, le miró a los ojos y le dijo: «¡Tantos como su mente pueda aguantar! Lo importante no es el número, continuó, sino los que usted pueda comunicar. El resto son notas pegadas». El aprendiz era Sergiu Celebidache y nunca olvidó ese consejo. Ver, sesenta años después, a un joven como Vasily Petrenko que puede echarse al coleto una sinfonía como la cuarta y salir indemne del acto, es absolutamente fascinante. Mientas Inbal y la magnífica Sinfónica de Galicia conseguían un sonido deslumbrante y una fuerza poderosa con esa quinta demoledora, (la anterior vez que nos visitó fue con la Sinfónica de Berlín y una cuarta de quitar el aliento), la de Petrenko fue volcánica. El israelí diseccionó el mensaje, esclareció los tempos y mantuvo el pulso sin desfallecer Inbal no dirigió, explicó y sentó cátedra a lo largo de todo ese monumental edificio que el «profeta de Dios» construyó ¡ad majoren gloriam Dei! aunque nunca logró escucharla porque el día de su estreno se hallaba gravemente enfermo. A cambio fue la única que no sufrió revisiones ni suyas ni de sus discípulos. A un Adagio inicial con los temas que presentará a lo largo de ella, en el que la ternura de las violas le sigue la llamada de los trombones en contrapunto con las trompetas, hasta el Finale, un canto grandioso a la Creación, con todo el contingente orquestal al máximo de sus posibilidades, toda la obra resultó de una grandeza inusual y reveladora. Inbal y la Sinfónica de Galicia rindieron un gran tributo a ese gran constructor de catedrales del sonido ofreciéndonos una de las mejores versiones de la quinta que hoy día se pueden escuchar. La de Petrenko y la sinfónica comunitaria fue de otra dimensión. Antes escuchamos uno de los mejores nº1 de Prokofiev que recordamos en los dedos milagrosos de Nikolai Demidenko, arrebatador, inhumano y apabullante, sin dar respiro al oyente. Para la cuarta el joven ruso se empleó a fondo y sirvió un festín de los que no soportan los puristas, ¿o acaso tampoco los puretas? Manejó a la orquesta comunitaria con poderío, marcando, sosteniendo y conduciendo a los 78 profesores, con dominio. La formación le respondió y demostró una vez más que en estos momentos no tiene nada que envidiar a ninguna del panorama nacional, incluso el viento metal me gustó más que el día anterior. Consiguió Petrenko la máxima tensión, yendo «a fuego» desde su comienzo, sin retórica alguna, sólo limpieza, frescura y exenta de concesiones al romanticismo pese a llevar ese nombre. Sonó a catedral, con un segundo movimiento hermoso y desgarrador y un Scherzo intenso con el metal en completo estado de gracia, antes de desembocar en ese Finale misterioso hasta la coda milagrosa sobe los tresillos de los violines con trombones y tuba alternando en ese dialogo memorable. Dos soberbias lecturas con dos excelentes orquestas.