«Nunca olvidaré los gritos de las mujeres y lascuerdas de presos»
-¿Qué ecos de la Guerra Civil llegaban a León en los años de su infancia? -Nosotros vivíamos en El Crucero, que era el barrio obrero más importante de León, aunque era muy pobre. Allí estaban los ferroviarios, la azucarera y la fábrica de productos químicos, y en León apenas había más industria. La capital no fue territorio de combate; la batalla estaba 30 kilómetros más al norte, en dirección a Asturias, pero la represión que realizaban aquí los franquistas se desarrolló de una manera muy amplia y dura. En León se concentraban todos los prisioneros que las tropas nacionales hacían en combate, y además se vivía una represión total como fruto de las delaciones, que en El Crucero (al ser un barrio obrero en el que predominaban las izquierdas) fue especialmente dura. Nunca podré olvidar los gritos de las mujeres en las madrugadas cuando iban a sacar a sus hombres de casa, y las cuerdas de presos que atravesaban un paso a nivel cercano a mi casa, cuando los traían en tren para trasladarlos a San Marcos, que entonces era uno de los mayores penales de España. -La muerte es un aspecto omnipresente en toda su obra. ¿Cree que el origen de esa obsesión temática puede estar en aquellas experiencias? -Naturalmente. Yo era muy consciente de mi orfandad y también de lo que podríamos llamar la activación de la muerte en el entorno en el que vivía, algo que se hacía visible incluso para los niños. Cuando acabó la guerra, y yo contaba con ocho años, llegué a ver cadáveres en las cercanías del Crucero. Recuerdo una visita que realicé a un museo de animales disecados en San Marcos; aquel día pasamos por delante de unas ventanas a través de las cuales se veía a presos barriendo la sangre que habían dejado otros a los que habían fusilado. -En su juventud trabajó como meritorio en una oficina bancaria. ¿Cuándo sintió por primera vez la necesidad de sentarse a escribir? -Yo había sido sensibilizado por la poesía desde los cinco años. En cierto modo sabía que quería ser poeta. Era algo que estaba latente y hay un momento en el que me atrevo a intentarlo, que se produce entre los 13 y los 16 años. El poema más antiguo que conservo es de 1947.