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| Reportaje | Médicos al quite |

La puerta que no debe abrirse

Amador Alonso, Jorge García Vázquez, Emilio Bronte y Enrique Gamazo forman el equipo médico que atiende la enfermería de la plaza de toros de León

León

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No hay nada comparable, decía Antonio Caballero, a la felicidad de saber que hay toros esta tarde. Las cinco, hay que vestirse. A esa hora los toreros tienen miedo. «La ola de las cuadrillas se estrella en la barrera, se deshace en riachuelos, picadores por aquí, toreros por allá, unos banderilleros otorgan a algunos elegidos el honor de un capote de paseo... Un clarín. Un toro». A partir de ese momento, junto con los toreros, los que tienen miedo son los miembros del equipo médico. Para ellos también es motivo de angustia ese azar que distingue un enganchón de una voltereta o una cornada. «La femoral está sólo a unos milímetros de seda y oro del cuerno», decía el autor colombiano. Desde hace una década los encargados de pasar en la plaza de León el miedo del cirujano con los del equipo de Amador Alonso. Jorge García Vázquez, especialista en angiología y cirujía vascular del Hospital de León desde hace veinte años; el traumatólogo Enrique Gamazo y el anestesista Emilio Bronte. Y Alonso, de profesión cirujano general y del aparato digestivo en el complejo hospitalario leonés, de afición taurino de pro: «La primera corrida de toros que recuerdo que vi fue en el año 54, me llevaron mi padre y mi abuelo. Había un torero con un mechón blanco...» García Vázquez, más aficionado a la historia de la tauromaquia que al espectáculo, llegó de la mano de Alonso al callejón de la plaza de toros. En estos diez años juntos han recuperado las instalaciones de la enfermería, desde el estado ruinoso («un techo de cañizo y una camilla tan vieja como la plaza») que tenía cuando se inició la «resurección» del Parque de la mano de los Postigo a la aséptica instalación actual, verde inmaculado, con un quirófano escrupulosamente equipado e incluso con dos camas de reanimación. Y una UVI móvil en la puerta. Una dotación y una atención que tiene mucho que ver con el desaparecido Santiago Luna, que prestó especial atención a este servicio. Esta es la parte de la plaza que los toreros nunca quieren ver. Alguna vez que la puerta ha quedado entreabierta, los de luces han ordenado su cierre. Los del hule, en su sitio. Pero al hule, ni olerlo. «Son muy supersticiosos, tocan madera al salir, hacen cruces en el suelo con los pies,... De la enfermería nada. «Hace unos años, cuando hacía falta el parte médico para torear con el estoque simulado, venían los mozos de espadas. Los toreros ni se acercan». ¿Y es verdad que muchos de estos valientes le temen a las jeringuillas? «Algunos casos hemos tenido», ríen. El último, muy reciente. El torero trompicado se resistía a pasar por la enfermería para que le observaran la herida. «A ver si van a querer pincharme...». Pero los cirujanos siempre están cerca de donde se desarrolla la lidia. Atentos. «Es muy importante no perderle la cara al toro, ni el torero ni los médicos. Hay que ver cómo responde el toro, porque muchas veces es la forma de saber cuanto antes cómo puede haber sido el percance que ha sufrido el torero». Cirugía de las trayectorias «Y es que la cirugía taurina es la cirugía de las trayectorias. El cuerno no entra sólo en una dirección, el toro derrota y la cornada puede tener diferentes trayectorias. Y siempre que te metes en una cornada tienen que tratar todas estas trayectorias, si dejas alguna sin limpiar es seguro una zona de infección». Alonso recuerda que el cirujano de la Maestranza, Ramón Vila, dice que a veces no hace falta meter el dedo en la herida, «con tocar por encima de la piel, donde el torero refiera dolor, ahí está la trayectoria». Pero el equipo de Alonso asegura que son los únicos profesionales que llegan a la plaza con el convencimiento de no trabajar. «Siempre hay un ángel que hace el quite». Que se abra la puerta grande. Pero lo realmente importante es que no se abra la de la enfermería.