| Reportaje | La guerra'l capilote |
La Gernika leonesa
Más de treinta profesionales, entre ellos escritores como Julio Llamazares o Antonio Gamoneda, reflexionan en torno a Riaño en el especial de «Argutorio» sobre los veinte años de pantano
En el verano de 1987 se consumó la destrucción y la pérdida. Riaño y todo su valle -nueve pueblos-, el mejor exponente de la cultura cantábrica leonesa -casas de corredor, hórreos a dos aguas, concejo y vecera, un paisaje de prado y peña, modelado también por la guadaña y el hachu-, desaparecía bajo las máquinas retroexcavadoras entre nubes de polvo y lágrimas de impotencia. Por encima de los pros y los contras, de las múltiples e inútiles manifestaciones, de la resistencia heroica y sincera (y de otra que no lo fue tanto), y de graves intereses acordados sobre moqueta, lejos de la hierba, no cabe duda de que el tema de Riaño fue y sigue siendo un trauma para León. Y como la única solución para los traumas es el recuerdo, el debate y el análisis -del que muy poco se ha practicado, a nivel general, en esta tierra-, los responsables de la revista astorgana Argutorio han dedicado la mayor parte de su último número, el 19, al recientemente recordado veinte aniversario del cierre de la presa de Riaño. Son 32 los profesionales que escriben sobre el asunto, y entre ellos encontramos desde escritores como Antonio Gamoneda, Ángel Fierro, Juan Pedro Aparicio, Pedro García Trapiello, Antonio Colinas, José María Merino o Julio Llamazares, a biólogos como Mario Sáenz de Buruaga o Pancho Purroy pasando por históricos activistas de la resistencia riañesa (así, Ramiro Pinto), filósofos como Juan Ignacio Ferreras y hasta músicos como Jesús Cifuentes, Cifu , líder de unos Celtas Cortos que en su primera época cantaban el tema titulado Riaño vive . Pero además, el pintor astorgano Toño García diseñó una obra inspirada en el valle, de título harto significativo: Paisaje desvertebrado . Los responsables de Argutorio , revista que edita la asociación Monte Irago, manifiestan que su intención al editar esta completa reflexión es «ayudar a recordar aportando nuevos puntos de vista y opiniones que contribuyan a arrojar luz sobre lo que allí se hizo»; así como formular preguntas... entre ellas, «si aquel pago tan elevado que se les impuso a algunos tenía justificación en los beneficios que recaerían sobre otros; o si todo eso, pagos y beneficios, prescriben con el tiempo o siguen vigentes». «Porque bien pudiera ocurrir -continúan en su editorial- que prosigan los beneficios para unos, si es que realmente los hubo, habría que preguntar a las eléctricas; sin que hayan menguado lo más mínimo los daños ecológicos, materiales y morales que las aguas de Riaño ocultan en el fondo». A esas y otras preguntas -tan necesarias como sus respuestas- intentan contestar los colaboradores de este número, ilustrado además con imágenes de extraordinario y angustioso valor, muchas de ellas aparecidas en la prensa local en aquellos años. Juan Manuel Sandín, coordinador de todo este proyecto, recuerda en su artículo cómo tantas voces levantadas en contra de aquel monstruoso plan «fueron ignoradas por la maquinaria insensible del Estado». El último premio Cervantes, el poeta Antonio Gamoneda, escribe: «Agua que nunca quiso ir allí, kilovatios y dividendos cubren ahora los espacios de los que nada se desprende salvo lo dicho: kilovatios, dividendos... y melancolía». Y también «que la desaparición de Riaño se originó en la perfectamente legalizada alianza entre una dictadura y una sociedad anónima». También se recuperan documentos de la Coordinadora para la Defensa de los Valles o la asociación ecologista Urz, pero sobre todo se da voz a la propia gente del valle; y así, Enrique Martínez, de Pedrosa del Rey, rememora las voces del capitán mientras tiraba su casa: «Procedan, he dicho que procedan, coño». Por otra parte, el título de un artículo recuperado de José María Merino condensa lo que ha quedado: «Más ignorantes, más pobres, más indefensos», y Julio Llamazares reconstruye su viaje al Riaño desaparecido, aquel «descenso a los infiernos interiores», dice. Uno de los grandes emblemas de León pereció. Un referente emocional, turístico, ecológico, etnográfico... Y ahora habría que preguntarse por qué eso no ha sucedido nunca en ninguna otra provincia española.