Cronista magistral y renovador del idioma
Del Cervantes abajo, Francisco Umbral se hizo con todos los grandes reconocimientos de nuestro idioma. Autor de un centenar de libros y miles de texto urgentes, trasgresor de todos los géneros, provocador nato, hizo de la literatura una religión y de la memoria personal y colectiva materia literaria. Con la muerte de este periodista-poeta, madrileño de nacimiento y vallisoletano de adopción, las letras españolas pierden a una de sus valores más singulares. Un genio de la metáfora y la urgencia, un escritor imprescindible, para muchos el mejor y más brillante cronista de segunda mitad del siglo XX. Un maestro de le palabra tan bien armando de lirismo como de ironía y mala baba, dueño de un fulgurante talento que transformó en literatura. Escritor todoterreno Tan querido como odiado, Umbral encarnó la vocación literaria inquebrantable. Fue el arquetipo del escritor todoterreno, capacitado creador sin género definido que cultivó con acierto todos sin ser fiel a ninguno. Fue Umbral un escritor superdotado, un memoralista brillante que fundió con audacia en su genuino e imitado registro el lenguaje culto y el habla de la calle, como heredero del mejor castellano de Quevedo y Valle-Inclán, de Gómez de la Serna o Cela. «Soy un escritor muy incardinado en la vida con un germen lírico que me lleva a ocuparme mucho del yo, como todo poeta», afirmaba este genio de la palabra urgente. Obtuvo el Premio Cervantes en 2000 y el Príncipe de Asturias de las Letras en 1996, dos galardones que blindaron un palmarés en el que no falta ninguno de los grandes premios literarios y periodísticos, del Mariano de Cavia, al González Ruano, del Mesonero Romanos al Nadal, pasando por el de la crítica o Nacional de Las Letras. En lo más hondo de su corazón, la dolorosa espina y el resentimiento nunca oculto por no haber entrado en la Real Academia Española (RAE). Y eso que, aunque el odio de un sector académico era africano, que no le faltaron valedores como Lázaro Carreter, Cela o Delibes en la docta institución, a la que Umbral insultaría con saña por no abrirle sus puertas. Como alumno aventajado de Cela, Francisco Pérez Martínez, su verdadero nombre, gustaba del vituperio.