Diario de León

La paloma llega al negociado y un Umbral todavía bisoño desembarca en Diario de León

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Cristina Fanjul - león
León

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Una paloma en el negociado . Este fue el título del cuento con que Francisco Umbral se presentó ante los lectores de León. Es una historia de vidas, de sujetos que van intercalándose gracias a la presencia de un pájaro -trasunto del escritor mismo- que aparece sólo para nutrirse de las cenizas de quienes se preguntan por su presencia. A partir de ese momento, el que quince años después bajaría al sótano de la vida con Muerte y Rosa (una obra brochiana, brillante y oscura, llena de misericordia, en la que despedaza su alma en una elegía a su hijo muerto) comenzaba su colaboración con Diario de León en una sección que llamó La ciudad y los días . En ella ya comenzaba a acercarse a ese estilo directo y genial tan cercano al que Capote inauguró, pero pasado por el barroquismo y la lucidez de Valle Inclán. Precisión en las palabras, que retorcía hasta dotarlas de un nuevo significado, incluso de un sonido diferente, haciendo que te preguntaras si ya la habías conocido; ya se intuía que se convertiría en el gran escultor del español. En aquel breve espacio de tiempo -su estancia en León apenas si duraría un año- compartió cartel con Victoriano Crémer (por aquellos años ya consagrado) y Antonio González de Lama. Llenó de vida las páginas del periódico, limitando su oficio a las pequeñas noticias de esta aún más pequeña ciudad. Sin embargo, consiguió salirse de los márgenes pueblerinos que a otros se marcaban. Una vez a la semana escribía un artículo en la sección de letras del periódico en la que se quitaba el disfraz de escritor radiofónico para vestirse el de demiurgo de la literatura. Al decir de algunos, dejó la ciudad dolido por el trato que recibió. Veinte años después, se dejaba querer y hacía unas declaraciones en las que ponía a León y a los leoneses en su sitio. A Gamoneda dedicó sus mejores palabras: «Un buen poeta, un magnífico poeta que luego ha sido mucho mejor. Personalmente, era un hombre introvertido, huraño». También se acordaba de Pereira, a quien alababa por haber conseguido unir en un mismo poema lirismo y humor, o de Crémer - «el hombre rebelde de la ciudad»-. Dejaba claro que no le quedaba rencor hacia esta ciudad, cuya plaza dominical y provinciana, cuya catedral pudo haberle sugerido los primeros versos de uno de sus grandes poemas: La leyenda del César Visionario .

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