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| Reportaje | Despedida a un divo |

Multitudinario adiós a Pavarotti

Miles de personas acuden a la capilla ardiente, instalada en la catedral de Módena, para demostrar su reconocimiento al popular tenor, fallecido el jueves de un cáncer de páncreas

Miles de personas se agolpan a las puertas de la catedral de Módena para despedir a Pavarotti

Publicado por
Carmen Rodríguez - módena
León

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Italia, pero sobre todo la localidad de Módena, ofrecieron ayer su reconocimiento popular al tenor Luciano Pavarotti, de la forma más sencilla pero sentida, al acudir sus habitantes de forma multitudinaria a la capilla ardiente para dar el último adiós al maestro, cuyo funeral se celebra hoy. Una larga y paciente fila de ciudadanos se formó desde primeras horas de hoy a las puertas de la catedral de Módena, donde el jueves por la noche fueron instalados los restos mortales del tenor, muerto de madrugada a a los 71 años a consecuencia de un tumor canceroso de páncreas, del que había sido operado hace más de un año. Son ya «miles y miles» las personas que han pasado ante los restos mortales del maestro, indicó el alcalde de la ciudad, Giorgio Pighi, quien señaló que Pavarotti era un «modenés auténtico» y para los habitantes de la ciudad es «obvio y natural» acudir a presentarle sus respetos. Además de los miles de ciudadanos anónimos, la segunda esposa del tenor, Nicoletta Mantovani, con la hija de ambos -Alice, de cuatro años- en brazos, estuvo unos minutos en la catedral. Con el rostro marcado por la pena y vestida de luto, Mantovani entró y salió en silencio del templo, donde ya estuvo por la noche cuando fueron trasladados los restos mortales del maestro, que llegaron entre el aplauso de miles de personas presentes en ese momento. Durante la mañana, dos de las tres hijas mayores del Pavarotti, Cristina y Giuliana, nacidas de su primer matrimonio también acudieron al templo. Dentro de la catedral se guarda un respetuoso silencio, mientras dos incesantes filas de ciudadanos pasan a ambos lados del féretro, de madera en color claro y cubierto por un tejido ligero y transparente en burdeos, ante el que algunos se paran un instante y los niños miran con una mezcla de curiosidad e incredulidad. El cadáver de Pavarotti está amortajado con un esmoquin negro y una pajarita blanca, y entre las manos un rosario y un pañuelo blanco, el mismo al que el tenor recurría en muchos de sus conciertos para enjugarse el sudor. «Sentimos su pérdida, aquí lo conocían todos, aunque no fuera en persona, pero era abierto, alegre, generoso», relataba a la salida de la catedral Nicola Grilli. «¿Qué si sé quién era? Bueno más o menos», reconoce con vergüenza una niña de no más de diez años, que ni siquiera quiere decir su nombre, pero señala que Pavarotti «era muy conocido y querido» en la ciudad, por eso ella quería ir con su madre a la capilla ardiente...