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EL INVENTO DEL MALIGNO | Entrevista | Nancho Novo |

Tolstoi «Soy actor porque era fan de Rodero en sus «Estudio 1»

Hará de médico en la comedia de Antena 3 «El síndrome de Ulises»

Publicado por
JOSÉ JAVIER ESPARZA Mercedes Rodríguez - madrid
León

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La Primera dedicó su noche del sábado a emitir la primera parte de una lujosa miniserie europea: Guerra y paz , sobre el clásico de Leon Tolstoi. Al parecer ha habido cierta confusión sobre el anuncio de este cinta, porque algunos medios señalaban que lo que iba a emitirse era la versión cinematográfica -ya no menos clásica- de King Vidor (1956), iluminada por aquella fantástica constelación que formaban Henry Fonda, Audrey Hepburn, Mel Ferrer, Vittorio Gassman y Anita Ekberg. Pero no: lo que TVE había anunciado era una superproducción europea (Italia, Alemania y Francia) de este mismo 2007, dirigida por Robert Dornhelm y Brendan Donnison e interpretada por un ramillete de nombres recientes -y poco conocidos en España- entre los que destaca la estupefaciente Clemence Poesy. Algún cinéfilo se habrá sentido defraudado por la confusión. Es verdad que a esta nueva versión de Guerra y paz le falta la aureola dorada del clásico de Vidor. No obstante, esa aureola sólo la da el tiempo. Y en lo demás, la producción es de las que quitan el aliento por ambientación, exteriores, fidelidad al relato original Es fácil reprochar a estos grandes productos de inspiración literaria y ambientación histórica una cierta frialdad formal que antepone la reconstrucción fiel a la calidez de la acción. Pero esto es cuestión de gustos, y todo lo que la nueva Guerra y paz pierde en pasión y espectáculo (por ejemplo, en su recreación de Austerlitz) lo gana en minuciosidad histórica. Por cierto que es justo en este capítulo -el de la minuciosidad- donde el producto desliza un error francamente sorprendente. Es en ese momento en el que la cámara nos muestra, con abundancia de detalles, una exactísima reproducción de un baile en la corte del zar; pero cuando la banda arranca a interpretar los valses, lo que escuchamos es la «Mascarada» de Khachaturian, una pieza maravillosa, sin duda, pero que se compuso siglo y medio después de los hechos narrados. Yo no sé qué bailaba la aristocracia rusa en 1812, pero no me parece muy difícil averiguarlo; entre otras razones porque los europeos somos, además de otras cosas, Historia, y no será por falta de documentación, ¿verdad? (¡si hasta conocemos los menús de Carlos I!). «Mascarada» evoca con gran fuerza expresiva un universo de destinos lanzados a la incertidumbre, y también la censura de la frivolidad que se lee en Lermontov, y en eso la pieza encaja con el espíritu que Tolstoi imprimió a su obra, pero el desfase cronológico es llamativo. Vale la pena, pese a todo, ver esta Guerra y paz . Si he entendido bien la previsión de TVE -y no es fácil-, el sábado próximo veremos el desenlace. Cabe aconsejarlo: es hermoso. Nancho Novo es un artista polifacético y creativo, dueño de un gran sentido del humor que a ratos se torna surrealista, combativo y mordaz. Este coruñés de 49 años asiduo a la filmografía del director Julio Medem abandonó sus estudios de medicina para convertirse en actor. Es autor de obras de teatro -recorre España con su último montaje Sobre flores y cerdos más ancho que largo -, de narrativa y espectáculos musicales. Además, tiene su propia banda de rock, Los castigados sin postre . Novo será un médico desengañado en la nueva comedia de Antena 3 El síndrome de Ulises , que se estrenará en las próximas semanas. Vuelve a sus orígenes, a la medicina, al menos en la ficción... No sé si me valdrá de algo haber estudiado medicina durante cinco años. Este es un médico que de estudiante era el típico rojo de facultad de los años 70. Un tipo al que le queda el resabio de haber luchado frente a los grises, y se trasluce en su espíritu de compañerismo, pero que se ha vuelto bastante escéptico ante las cosas y lo que quiere es que le dejen trabajar tranquilo. Le fastidia bastante que llegue un niñato pijo de una escuela estadounidense y le dirija a él, que lleva veinte años en el centro de salud. Pero únicamente me veo reflejado en él en esa parte de mi carácter un poco canallita. ¿Por qué dejó en su día la medicina después de estudiar durante cuatro años? Yo quería ser actor desde que estaba en primero. Ahora le dices a papá que quieres ser actor y te mete en una escuela de arte dramático, pero entonces, en 1975, se reían de ti, ni se molestaban en reñirte. Era impensable para un tipo que había sacado buenas notas y con todo un futuro por delante que quisiera dedicarse a un oficio que se consideraba de putas y maricones, que decían en casa. Socialmente se ve hoy de otra manera. Pero fue la decisión más importante y la mejor tomada de mi vida. Además, es usted multidisciplinar. Tiene una banda de rock, es escritor... Yo soy un contador de historias al margen de la fórmula que emplee para ello, ya sea interpretando o porque las escribo o las canto. Pero básicamente soy actor, porque me gusta meterme en la piel de otro. ¿Y el rock? Es una pasión. Ha sido una afición a la que me dediqué desde los años de facultad, aunque últimamente la he dejado un tanto aparcada. Me dio muchos reveses económicos pero muchas alegrías. ¿Quienes han sido sus ídolos? La música que mamaba desde pequeñito son los espirituales negros, los gospell del Mississippi que practicaba con mi hermana en misa, donde yo tocaba la armónica. ¿Y qué referencias tenía en la interpretación? Admiraba mucho a José María Rodero. Tuve el inmenso placer de conocerle, trabajar y trabar con él una buena amistad. Soy actor porque era un fan de Rodero en sus Estudios 1. Era mi ídolo. Siempre dicen que es el actor fetiche de Julio Medem... He trabajado en tres películas con él, pero yo te aseguro que Julio Medem no tiene fetiches. Tengo con él un proyecto pendiente que es cine pero no largometraje, un encargo del Museo de Francfort. A la hora de escribir sus textos maneja un humor ácido, jocoso y a la vez trágico... ¿Ve así la vida? No participo de la idea de que hay que reírse de todo. Hay cosas que no admiten risa. Hay que reírse de la muerte, pero no de la de un niño, ni de los malos tratos, ni de tantas cosas. Por lo que dice en sus espectáculos, parece escéptico sobre el ser humano... Yo digo que los seres humanos nacemos malos, egoístas y de derechas. Y a ser buenos, generosos, pacíficos y de izquierdas se aprende.