Diario de León

Escritor

«Esta novela ha sido un accidente narrativo sostenido en el tiempo»

Con su premiada «Calle Feria» está emocionando a lectores y conquistando a críticos: hoy, este autor y profesor habla de sus lecturas preferidas en la Biblioteca Pública

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E. Gancedo - leóndl | león
León

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Tomás Sánchez Santiago (Zamora, 1957) paladea las palabras «como si fueran caramelos». Poeta silencioso y prudente ( La secreta labor de cinco inviernos , Vida del topo , En familia ...), honesto prosista ( Para qué sirven los charcos , Los pormenores ), ahora está deslumbrando a la crítica y haciendo reír y llorar a sus cada vez más numerosos lectores con la extraordinaria Calle Feria (premio Ciudad de Salamanca), la crónica multiforme del barrio comercial de una pequeña ciudad. Hoy habla de su experiencia lectora en la Biblioteca Pública leonesa, abriendo un miniciclo que el 30 de octubre cerrará Antonio Gamoneda. -¿Qué motivaciones provocaron que un día se sentase y escribiese una obra tan compleja como ésta? -Nunca me senté a escribirla. En realidad esta novela se fue configurando de una manera inopinada. A partir de un suceso vital concreto escribí un relato que, pensé, terminaba ahí, pero luego se fue extendiendo como una mancha de aceite. Creció por los lados más inesperados. Aquel suceso tuvo lugar hace veinte años y, hace quince, me di cuenta de que ahí subyacía una narración polimórfica donde la gran protagonista era la calle. -Es decir, que no fue un «hijo deseado»... -Nació y creció al margen de lo esperado, casi diría como una especie de segregación orgánica . -Personas, lugares, nombres; Zamora, León... ¿cuánto hay de real y de fabulado en «Calle Feria»? -Todo en ella está al servicio de la fábula, todos los datos están tergiversados en pro de un universo que va más allá de lo documental. -Pero sí existe la calle Feria... -Sí, está en Zamora, mi ciudad natal. Y es un dato real el que en 1985 mi padre traspasó la tienda que regentaba allí. Entonces me di cuenta de que toda mi familia; abuelos, tíos, etc., habían sido comerciantes. También vi que ni mis hermanos, primos ni yo mismo íbamos a continuar esa estirpe comercial y sentí que estaba cometiendo una especie de traición a una ley no escrita, que estaba como abandonando el barco. Con aquel primer relato intenté conjurar eso. Y luego lo continué; así que no busqué, pues, escribir la novela, ésta ha sido un accidente narrativo sostenido en el tiempo. -Parece haber mucho de su experiencia personal. -Lo que hay es lo de siempre: amor a las palabras. Suelo recurrir a aquella cita de Herman Herst según la cual la verdad de la literatura es aquella que está dispuesto a creerse el lector. No hay por qué valorar una obra así en términos de verdad, puede decirse que una novela es verdad porque todo en ella es mentira. Esta calle podría ser cualquier calle; pero en ésta en concreto aprendí a ser feliz: un pequeño paraíso donde todo era posible. -Vivir en pequeñas ciudades sin duda habrá moldeado su forma de ver la vida y la literatura... ¿Habría sido imposible escribir esta obra desde la perspectiva de una gran ciudad? -Así se ha configurado mi mundo y mi experiencia. También habría que preguntarse si uno elige a la ciudad o es la ciudad la que lo elige a uno. Creo que mi sensibilidad está más despierta en los pequeños territorios. Vivo en León desde hace 14 años pero también viví en Soria, en Algeciras... lugares donde existe esa valoración de la cercanía que permite que a mucha gente la conozcas «de vista», es decir, que no te sea extraña. -Excepcional su acogida por parte de lectores y críticos... ¿Quizás haría falta una mayor promoción? -Esta novela tiene lo que yo no esperaba: tiene lectores. La opinión de la crítica no me importa demasiado. Saber que el libro ha empañado la vida de algunas personas y que durante el tiempo que lo han leído les ha arrebatado... no tengo más interés que ese. La novela no funda absolutamente nada. Apuesta por la palabra para acabar derrotando a la muerte, mejor dicho, al aburrimiento de una pequeña ciudad durante la dictadura. -Describe con tanto cuidado aquel mundo de curtidores, zapateros, talabarteros... -Porque nací rodeado de ese clima, de esa atmósfera comercial. Cuando aquellos hombres toscos, de carácter un poco bárbaro y elemental, llegados de los pueblos, hablaban, lo hacían con una justeza y exactitud no exenta de amor por lo que decían. Olfateaban la palabra, ponían varios sentidos en ella. Yo asistía hechizado a todo aquello. Y pensaba que la Lengua que me enseñaban en la escuela tenía algo de pequeña especulación frente a la realidad del idioma que empleaban aquellas gentes. Yo vengo de ahí. -Usted es profesor de Literatura en un instituto leonés ¿Esto, a la hora de escribir, es estímulo, freno, responsabilidad...? -No tiene que ver. Y es que ya casi no se explica Literatura en los colegios. La Literatura parece hoy un arte secundario y extraño, dado el descrédito en el que ha caído la palabra; comunicadores y políticos hacen de ella lo que quieren. Yo no hago de la literatura un juego. Pero mi cara de enseñante no está presente cuando escribo. Un doctor Jeckyll y Mr. Hyde que conviven pacíficamente. -La charla de hoy versa sobre las lecturas que más le marcaron. -Ese es el mayor privilegio que puede tener un escritor, el poder hablar como lector. Mostraré mis debes y mis haberes. He de elegir diez libros y el primero será el Diccionario Etimológico de Corominas: disfruto con la palabra como si fueran caramelos en la boca. Hora: 20.00. Lugar: calle Santa Nonia, 5.

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