Hizo un repaso biográfico de las obras que le abrieron el camino de la lectura y la escritura
Gamoneda: «Los libros que se leen en la infancia marcan para siempre»
El poeta leonés y Premio Cervantes cerró ayer en León el ciclo «La biblioteca del náufrago»
Seguido con atención por numeroso público, el poeta Antonio Gamoneda cerró ayer el ciclo literario La biblioteca del náufrago en la Biblioteca Pública con un repaso «biográfico» por sus primeras lecturas, «en absoluto recomendables». Así que evitó referirse a cualquier tipo de lista o serie de sus diez libros más importantes -«yo no estoy preparado para eso», expresó-, y pasó a remitirse a aquella «cruda biografía» de su niñez. Eso sí, antes mantuvo de manera vehemente que los libros que uno lee en su infancia y juventud «le marcan a uno para siempre» por la enorme «receptividad» que se tiene a esas edades. Por eso, no hay que dejar pasar el tiempo, hay que empezar a leer y a sentir «cuanto antes», pues, si no, quedaremos «huérfanos de la progenitura de los libros», recomendó, y sólo nos quedará «la pasión secundaria de la relectura». Por ello, Gamoneda dijo preferir la emoción descubridora de un niño «a la sabiduría de un viejo». «La Virgen siempre se aparece a los pastores», recordó, y la Literatura, como ella, a él se le apareció por ser semejante a ellos, «inocente y pobre». Por eso, las primeras letras tuvieron para él «algo de revelación». Y esa primera letra, en el «León triste» de 1936 fue el único libro que guardaba su madre: Otra más alta vida , de su fallecido padre Antonio. Con aquellos versos aprendió a leer. No fue el parvulario ni los maestros, que en gran parte habían sido represaliados, sino una obra que «significó mucho» para él. Aprender a leer no con «mi mamá me mima» sino con los versos de un padre que ya no está «es muy duro -reconoció-, pero para mí fue un privilegio». Y tanto que sí, porque en ese mismo momento, con apenas cinco años, Gamoneda se dio cuenta de que aquel tipo de escritura musical «era lo que más me iba a importar en la vida». «Aquello de que la poesía es la 'aprehensión sensible y directa del pensamiento' lo experimenté por vez primera a los cinco años». Eso «se sabe porque se siente». Más tarde, en aquella casa llena de «refugiantes y refugiados», el hijo «tirando a fascista» de su madrina le empezó a pasar revistas como Geromín, Chicos (cuyos protagonistas le parecieron «perfectamente imbéciles») o Flechas y Pelayos , además de novelitas de Dick Turpin y, cuando tuvo ocho, una ex portera que también vivía allí le hizo entrega del terrible Los mártires del adulterio y de El picadillo , que era «un libro de recetas, ¡y nosotros teníamos hambre!, eso es algo muy serio», exclamó. Más tarde llegarían las Rimas y Leyendas de Bécquer y, con 13 años, su ambición por obtener la Segunda Antolojía de Juan Ramón. Reunío cuatro pesetas, fue a la librería más grande de León y, cuando la solicitó, el dependiente le amonestó «y me dijo que por qué no leía cosas como Joven, sé casto , y así...»; así que huyó y se fue a la librería de Pastrana, quien se lo puso en las manos, le dijo que lo abriera por una página y empezara a leer: «La primera vez que me oía a mí mismo». «Y me lo regaló».