Odiado por las feministas y premiado por su turbulento talento
Su primer Premio Pulitzer fue Los ejércitos de la noche (1968), sobre una manifestación pacifista ante el Pentágono. El segundo llegaría once años después con La canción del verdugo , en el que narraba la ejecución del condenado Gary Gilmore. Sus polémicas públicas, adobadas con su talento como escritor, le granjearon odios africanos y adhesiones incondicionales. Se convirtió en un apestado para el movimiento feminista de Estados Unidos. No es de extrañar porque méritos hizo. Era machista y nunca lo ocultó; es más, lideró campañas públicas contra la emancipación de la mujer. En 1960 había adornado su historial con un episodio lamentable. En una fiesta, borracho, apuñaló a su segunda mujer, Adele Morales, dicen que con un cortaplumas o un abrecartas. La cosa no fue muy grave y ella no presentó cargos. Otro momento poco feliz fue su apoyo a Jack Abbott, condenado por asesinato, en la solicitud de libertad condicional. Era 1980 y el tal Abbott salió de prisión, publicaron un libro a medias con la correspondencia entre ambos y, poco después, este sujeto volvió a matar y a la cárcel. «Otro episodio en mi vida en el que no puedo encontrar nada agradable ni nada de lo que sentirme orgulloso», confesaría Mailer años más tarde. Siguió escribiendo -su novela detectivesca Los hombres duros no bailan (1984) fue llevada al cine- y hostigando de palabra y letra a puristas, bienpensantes, y conservadores. Se cebó contra la política exterior de su país, contra la apatía moral de las últimas décadas y contra los fundamentalismos religiosos. Su último libro El castillo en el bosque (1997) está a punto de publicarse en España. En él, un diablo narra la juventud de Hitler, y el autor se regocijaba hace unos meses ante la perspectiva que molestar a judíos, conservadores, liberales, e incluso ateos. «A todos», decía. Era lo suyo. En la película El dormilón , el personaje de Woody Allen le dice a un científico, «éste es un retrato de Norman Mailer, que legó su ego a la Facultad de Medicina de Harvard». Un ego, en fin, a la medida de su turbulento talento.