Lunwerg edita el monumental «Viajes y viajeros en la España medieval»
«La televisión ha matado el viaje, cuyo máximo atractivo es la sorpresa», comenta el doctor en Historia Medieval, Feliciano Novoa, coordinador de Viajes y viajeros en la España Medieval (Lunwerg), un volumen profusamente ilustrado en el que han participado grandes especialistas en el género, como Christiane Deluz, Miguel Ángel Ladero Quesada, Folker Riechert, Javier Villalba o José Enrique Ruiz Doménech. «El aliciente de no saber qué vas a encontrar se ha perdido en gran medida; ahora todo es predecible», dice. Entre los siglos XII y XIV, después de las Cruzadas, la cristiandad fue testigo de dos grandes cambios: el auge de las ciudades y el florecimiento del comercio. «Europa tomó contacto con Asia y con ello descubrió el lujo y el refinamiento», explica Novoa. Los perfumes, los tejidos de seda, las alfombras y, sobre todo, las especias, comenzaron a ser productos muy apetecidos por los occidentales. «La pimienta, que procedía de la India, era una de las más consumidas, pero también se comerciaba en grandes cantidades el azafrán, el clavo, el anís, el jengibre, la menta o la nuez moscada», dice este experto medieval, quien señala varias ciudades italianas (Florencia, Génova, Venecia) como las grandes beneficiadas de estas transformaciones. «Todas ellas comenzaron a aumentar sus flotas para satisfacer la creciente demanda», subraya. Una forma de vida ¿Cuáles eran las motivaciones que llevaba a la gente a viajar? El profesor Novoa señala varias: las peregrinaciones a Santiago y a Jerusalén, las expediciones militares, la búsqueda de las especias, la apertura de nuevas rutas comerciales y las misiones diplomáticas. «Con los peregrinos se produce un fenómeno curioso: hay personas que se plantean la peregrinación como una forma de vida; el camino no era un fin para ellos sino un medio; se cuenta que hubo romeros medievales que tardaron 20 años en llegar a Santiago». De todos los viajeros que aparecen en el libro, este experto en el medievo se queda con Egeria, una mujer que nació en el Bierzo en la segunda mitad del siglo IV y que, un buen día, cogió el hatillo y se fue a Jerusalén. «Está considerada la primera mujer viajera de la península Ibérica», dice Novoa. En su largo periplo (entre 381 y 384) fue escoltada y acompañada por personajes que encontraba en el camino, desde sacerdotes hasta altos militares.