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Publicado por
JOSÉ JAVIER ESPARZA
León

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AYER, JUEVES, La Sexta dedicó largo tiempo de su mañana a repetir las cosas de Sé lo que hicisteis... , ese programa de crítica del vecino, mayormente en el capítulo del famoseo, pero no sólo en él. Para los que ya hemos planteado objeción de conciencia a la telenecedad dominante, Sé lo que hicisteis... es una herramienta muy útil: nos mantiene informados de lo que se cuece en el mundillo rosa televisivo y de las barbaridades que cotidianamente invaden la pantalla, sin necesidad de tragarnos todos los programas. Así pudimos ver muchas cosas, desde un numerito de Pocholo enloquecido (lo normal, en fin) hasta una señora víctima de un colapso en El diario de Patricia («¡el spray, el spray!», jadeaba la pobre, agónica, mientras la calmosa Gaztañaga despedía el programa), pasando por un navajazo de Lidia Lozano a Jiménez Arnau y un pique de Risto Mejide con Sé lo que hicisteis... en un programa de Cuatro. Esta gente de Sé lo que hicisteis... ha hecho algo muy notable, que es convertir la crítica de televisión en programa de televisión; eso, evidentemente, tiene sus riesgos, y el primero es que pierdes el estatuto de crítico para transformarte en objeto de crítica. Son innumerables los programas de otras cadenas que mandan mensajes a Sé lo que hicisteis . Como es natural, esos mensajes son a su vez recogidos por el programa de La Sexta, y así Sé lo que hicisteis se transforma en «Sé lo que dijisteis sobre sé lo que hicisteis». El discurso gira hacia una completa autorreferencia, y el circuito entraría en colapso si no fuera porque el mundo exterior le abre una vía de salida: los periódicos o los foros de Internet cuentan lo que Sé lo que hicisteis dice sobre lo que los otros dijeron sobre Pero este mundo exterior no aparece en el programa, que sigue descansando sobre sí mismo y sobre los demás. El primer efecto de este proceso es que la televisión tiende a construir un mundo donde sólo ella existe, y todo lo demás es realidad virtual. Como el enfermo que ha perdido cualquier percepción objetiva del mundo exterior, la tele crea un universo autónomo cuyas leyes gravitan en torno a Gran hermano , Risto Mejide, Patricia Conde, etc. Ese mundo es tan extenso y tan completo, y está tan superpoblado, que se diría capaz de sobrevivir por sí mismo, incluso si ya no hubiera espectadores al otro lado. Fuera, en el inclemente mundo real, pasan muchas cosas, pero ninguna de ellas importa ya si no ha aparecido en televisión. Y si ha aparecido, lo que interesa no es el hecho en sí, sino su forma televisiva, la cara del reportero, el colapso de aquella señora, etc. Es la televisión convertida en espejo de sí misma, o en juego de espejos que se reflejan hasta el infinito. Si no fuera tan banal, sería una pesadilla.