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Hasta el momento se creía que la voz del presidente de la II República no se había conservado

El Ministerio de Cultura recupera por vez primera la voz de Azaña

Editan en cedé el emblemático discurso de 18 de julio de 1938 «Paz, piedad y perdón»

Segundo por la derecha, el presidente Manuel Azaña

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E. Gancedo - león
León

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«Habla Azaña», se titula el cedé, y las palabras del presidente de la II República resuenan aún hoy con el sello del dramatismo y de la gravedad impreso en todas sus sílabas. La fecha del discurso grabado dice mucho: 18 de julio de 1938. Y el título del mismo expresa el resto: «Paz, piedad y perdón». Rogelio Blanco, director general del Libro, Archivos y Bibliotecas, ha informado a este periódico de la recuperación del histórico discurso, pronunciado en el Ayuntamiento de Barcelona en un tiempo especialmente grave para el bando democrático, cuyo ejército se veía superado por las filas fascistas. «Hasta hace poco se pensaba que la voz de Manuel Azaña no había sobrevivido, pero ahora hemos publicado este cedé recuperando aquel emblemático discurso, de una importancia y significación histórica verdaderamente excepcional», confirmó. El documento pasará a engrosar el proyecto de Archivo de la Memoria que se está creando en Salamanca, además de distribuirlo por otros archivos, bibliotecas y centros culturales. Prologa el discurso del presidente español -cuya versión escrita, íntegra, también se incluye en el cedé- el prestigioso historiador Santos Juliá, quien se encarga de glosar y contextualizar las palabras de Azaña: «Llevaban ya los españoles dos años en guerra y el presidente de la República, con el conocimiento y la aprobación del Gobierno, tomó la palabra en el Ayuntamiento de Barcelona el 18 de julio, a las 07.35 de la tarde. Dicho con aquel calor que tanto tenía de amargo, como ya había notado Juan Gil Albert en Valencia un año antes, aquel discurso conmovió profundamente a su auditorio y hoy llega en toda su integridad hasta nosotros, desde el exilio, sin haber perdido ni un ápice de la lucidez política, la firmeza moral y la sorprendente energía que fueron siempre las notas distintivas de la voz pública de Manuel Azaña». Continúa Juliá: «Alguien podría preguntar, o preguntarse, si tiene algún sentido oír hoy de nuevo esa voz. Y la respuesta es, rotundamente, sí, lo tiene. Ante todo, porque decía el castellano maravillosamente: nada hay en nuestra lengua hablada que aúne tanta claridad y riqueza en la palabra con tanto rigor en el argumento y que transmita, a la vez, tanta emoción en una sola pieza, creada en el mismo acto del habla, sin apuntes, sin papeles. Además, porque la voz de Azaña marca una dirección que mira más allá de la coyuntura política a la que va destinada y nos interpela directamente: fue el único español que, en medio de una guerra cruel y vengativa, habló de paz y se atrevió a afirmar que ninguna política puede basarse en el designio de exterminar al adversario». Su última alocución Y concluye el autor de obras como Historias de las dos Españas : «De ahí que este discurso, cuarto de los que pronunció en la guerra y último de los que habría de pronunciar en su vida, pueda y deba ser oído como una especie de testamento legado a todos los españoles. Sabía bien Azaña que su papel en la política se había agotado, que no le quedaba margen alguno de actuación: la guerra lo había destruido. Por eso, en esta despedida, tras denunciar la política de no intervención y recordar a los españoles que 'todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo', su voz nos llama a pensar en los muertos y escuchar su lección».

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