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Publicado por
JOSÉ JAVIER ESPARZA
León

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UNA de las ideas más singulares que se le ha ocurrido a La Sexta es Terapia de pareja , ese programa a mitad de camino entre el 'reality-show' y el 'coach' que ha empezado a llenar sus noches. Recurro a los anglicismos de moda en el gremio televisivo por puro esnobismo, pero, si usted quiere, se lo pongo en román paladino: es un programa que consiste en hacer espectáculo con las zozobras e insuficiencias de personas de carne y hueso. Básicamente, la apuesta estriba en someter al control (voluntario) de las cámaras a una pareja en crisis, observar su naufragio cotidiano y, pasado un cierto periodo, colocar a los protagonistas ante unos psicólogos que distribuyen consejos para la reconstrucción, o no. Usted puede asistir a todo, desde la vida íntima de la pareja cobaya hasta el discurso de los terapeutas (que, por cierto, también comparecen en pareja), y en eso radica la gracia del invento. Por supuesto, aquí funciona también la 'proyección': usted ve eso y se supone que lo aplica a su propia vida. Lo que me pasma del trance es la muy laxa interpretación de los terapeutas sobre las condiciones de supervivencia de una pareja. La otra noche vi uno de estos episodios donde los protagonistas eran una pareja homosexual. Lo vi acompañado de dos señoritas que a su vez tienen sus respectivas parejas (masculinas), porque me interesaba conocer la reacción de alguien que no viera el programa como un crítico de televisión, sino como un posible cliente de la terapia. Los protagonistas del programa estaban en crisis porque uno de ellos tenía la mala costumbre de ligar fuera del nido, con la consiguiente irritación del otro. Esto no es que sea algo especialmente original. Pero lo llamativo era que los terapeutas, guiados por una singular concepción de en qué consiste una pareja, se abstenían de cualquier juicio sobre la conducta del casquivano y ponían todo el acento en la disposición del otro al perdón. El resultado era que quien quedaba como un obstáculo para la pareja era, precisamente, quien menos había hecho por romperla. Aquí es donde busqué el juicio de mis ocasionales colegas: ¿Cómo lo veían? Como es natural, no me hicieron el menor comentario sobre los aspectos televisivos del programa (ritmo, iluminación, todas esas cosas), sino que sólo tenían ojos para la singular puesta en escena de una terapia que consistía en compadecerse del infiel y presionar al leal. Es lógico: si uno parte de la base de que no cabe una prescripción ética previa al comportamiento en pareja, entonces tampoco caben juicios morales 'a posteriori'. Mis amigas se levantaron airadas antes de que el infiel, entre sollozos e hipidos, pidiera perdón. Imagino que ahora quien necesitará terapia será el otro, el sufridor. Quizás en otra cadena.