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Publicado por
JOSÉ JAVIER ESPARZA
León

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«SIN RASTRO», o el Dolor. Estrenaba Antena 3 esta semana su sexta temporada. Y cómo sufre Anthony Lapaglia, Malone , ante el mal del mundo. Nadie vea escarnio en el comentario: Malone es un sufridor; un sufridor justiciero. Aquí tenemos dicho que ese es el rasgo mayor de las series policiales de los últimos años: el defensor de la justicia y de la ley -ya, ya: no siempre son lo mismo- es alguien que, ante todo, sufre, y eso es una novedad. Uno recuerda los viejos papeles de Clint Eastwood o de Charles Bronson, un suponer, y lo que se nos viene a la cabeza es un tipo lanzado a aplicar la ley con cierta jovialidad salvaje, con la seguridad no sólo de quien sabe lo que hace, sino de quien, además, es insensible -un tipo duro- ante los estragos que el enemigo causa a su alrededor. Por el contrario, estos otros que tenemos ahora, el Horatio Caine de CSI-Miami o este Malone de Sin rastro , sufren. ¿Por qué sufren? Sufren porque el Mal les duele: no sólo experimentan compasión hacia la víctima, sino que, además, sienten dolor ante la presencia del crimen, ante la realidad del Mal desatado en la tierra. Aquí hay unos rasgos propiamente cristianos que sin duda merecerían un análisis más detallado, pese a lo mal vistas que están hoy estas cosas, y más en España. Pero, al fin y al cabo, esas series son americanas, y eso es otro mundo. Por cierto que ese sufrimiento no está del todo ausente -cierto que en dosis muy menores, casi homeopáticas- en el mejor producto policial español vivo, que es El comisario : Tito Valverde ha sabido expresar mejor que ningún otro «madero» televisivo patrio esa singular mezcla de malestar, repugnancia, indignación y deseos de justicia que se apodera de quien debe luchar contra los malos. ¿Recuerda usted esas escenas en las que Valverde entorna un poco los ojos, crispa las facciones y baja las comisuras de los labios, como si le doliera el estómago? Pues de eso precisamente se trata. Pero ya digo que en El comisario es sólo el gesto, mientras que en Sin rastro es el sentimiento predominante a lo largo de todo un episodio. La otra noche, ya no recuerdo si en el segundo o en el tercero de la sesión, el dolor del sufridor justiciero se rebelaba y daba un paso en la dirección más peligrosa: un par de yoyas a un niñato violador y chuleta. Ya podemos imaginar que el lance no habrá gustado nada a las plataformas garantistas, siempre tan preocupadas por el reo. Pero en el contexto argumental de Sin rastro , esa violencia sobrevenida hay que incorporarla al cuadro del dolor: ante una manifestación extrema del mal, la indignación se convierte en la pasión predominante. A eso se le llamaba antes «santa ira». Bajo la presión de las yoyas, el niñato confiesa y Malone resuelve el caso. Pero el dolor no hay quien se lo quite.

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