Diario de León

EL INVENTO DEL MALIGNO

Joselito

Publicado por
JOSÉ JAVIER ESPARZA
León

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VAYA, hombre: han echado a Joselito. Fue en Supervivientes, el reality-show para famosos de Telecinco. El otrora Pequeño Ruiseñor, transformado ya en veterano tucán, abandonaba el concurso con su proverbial señorío. Destino amargo el de Joselito, siempre expulsado de todas partes: de la niñez, de la música, del cine, de la salud, hasta de los contingentes mercenarios donde, según leyenda por él mismo alimentada, militó en busca de fortuna. No he visto con la suficiente intensidad Supervivientes como para saber si todavía sigue ahí Carmele Marchante; de hecho, no estoy seguro de poder distinguir a Carmele de Joselito. A mí, como espectador, Supervivientes me gustaba más cuando aparecía gente del común, tipos como usted o como yo, personas anónimas que iban a ponerse a prueba y a vivir una aventura. Luego llegó el famoseo, que fue imponiéndose un poco por todas partes en la tele, hasta el punto de que no quepa descartar que un día los veamos presentando un telediario. Hay que reconocer que el espectáculo televisivo gana cuando los protagonistas son famosos profesionales, es decir, gente que ha hecho de la exhibición de sí misma una forma de ganarse la vida. Básicamente, la ventaja del famoso es que dobla la apuesta: a una persona normal se la juzga por lo que hace, pero a un famoso se le juzga por lo que hace y, además, por lo que es, por el mero hecho de existir. Eso cambia completamente la relación del espectador con el espectáculo. Entre una persona y otra siempre hay una distancia prudencial: no sabes quién es el prójimo, ignoras qué claves guían su comportamiento, puedes (debes) pensártelo dos veces antes de emitir un juicio. Ante un famoso, por el contrario, hay barra libre: importa un bledo quién sea interiormente, cuáles puedan ser sus sentimientos; sólo cuenta el papel que el famoso ha adoptado ante la gente, la imagen que deliberadamente quiere mostrar y que se ha convertido en su forma de subsistencia, de modo que está permitido escupirle o ensalzarle, cubrirle de escarnio o dispensarle admiración, y todo ello, por supuesto, gratis, sin que la opinión del espectador tenga la menor relevancia. El negocio del gran circo del famoseo descansa en eso: desinhibe al que está mirando, o sea, a usted, y le permite albergar la ilusión de que está asistiendo a una forma de vida pública cuya insignificancia la hace aún más atractiva. Por eso yo puedo decir que no distingo a Carmele de Joselito por su aspecto físico y no pasa absolutamente nada: una y otro viven de que usted y yo podamos decir esas atrocidades. ¿Supervivientes? Sí, claro: después de todo, así sobrevive este personal.

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