Diario de León
Publicado por
JOSÉ JAVIER ESPARZA
León

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ANTENA 3 ESTRENÓ el lunes por la noche la serie española Física o química , largamente anunciada en las jornadas anteriores. Es un producto de Ida y Vuelta que se sitúa en un instituto de enseñanza media. El argumento cuenta la vida de los alumnos, la vida de los profesores y los cruces entre unos y otros. Entre los intérpretes destaca, en el papel de jefe de estudios, Joaquín Climent, que hasta hora actuaba como policía en El comisario de Telecinco. Climent está muy enfadado porque en El comisario no se han molestado en buscar un final digno para su salida de escena; son las cosas de Telecinco, muy poco dada a la cortesía con el rival. Aquí, en Física o química , Climent lo hace muy bien, pero lo primero que llama la atención de esta serie no es el apartado técnico-artístico, sino su retrato de los alumnos, es decir, de los adolescentes españoles: depresivos suicidas, ninfómanas que blasonan de zorrones, chulos matasietes de instintos racistas y estética batasuna, un pobre chinito víctima de la segregación, radicales concienciadas que vuelan de manifa en manifa cual abeja de flor en flor... También hay algunos alumnos que podrían pasar por personas normales, pero el guión les otorga un lugar secundario. ¿Los adolescentes españoles son así? Confieso que no lo sé. Aquí deberían hablar no los críticos de televisión, sino los propios profesores de enseñanza media (los de verdad), los psicólogos o los jueces de menores. Lo de los jueces lo digo por el simpar Emilio Calatuyud, juez de menores de Granada, que acaba de publicar sus Reflexiones (Dauro, 2007) y en ellas incluye un «decálogo para formar un delincuente» en cuyos principios parece haberse inspirado el guionista de Física o química para dibujar a los adolescentes de esta serie. Capitulo aparte había que dedicar a los retratos de los profesores, que oscilan entre una fragilidad consternante y una calamitosa tendencia a la camaradería con el alumno; el primer episodio empieza con una profesora de filosofía que se acuesta con un pupilo (ciertamente, sin saber que es tal), pasa por otra que naufraga profesionalmente en apenas dos minutos de clase y termina con un muchacho que se arroja al vacío después de que otro profesor haya descubierto su voluntad suicida. Insisto: quizás este escriba vive tan alejado de la vida real que no es capaz de reconocer el mundo de Física o química como su propio mundo; quizás es cierto que la educación en España, hoy, se ha convertido en eso, en un intercambio vacío entre adolescentes sin deseos de aprender y profesores superados por los acontecimientos; quizás, en fin, todo sea ya este desastre. En ese caso, el Informe Pisa se habría quedado corto en sus dictámenes sobre la educación.

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