Diario de León
Publicado por
JOSÉ JAVIER ESPARZA
León

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ES BUENO QUE los canales repongan viejas series. Ilustran mucho sobre cómo ha cambiado la tele y, además, sobre cómo han cambiado las costumbres. Ayer por la mañana teníamos en Antena 3 una encantadora antigualla: Los hombres de Harrelson . Fue allí donde se hizo celebérrima aquella frase que tanto usaría toda una generación: ¡T.J, sube al tejado! T.J., en efecto, era un consumado acróbata que se pasaba la vida acechando en techumbres y azoteas, y desde ellos caía sobre los malos en el momento oportuno. Estas series de los setenta -como El equipo A- son un prodigio de ingenuidad, simplicidad y buen estilo. Para empezar, todo el mundo va perfectamente peinado. La estética de los setenta, que ya había domado y digerido la informalidad hippy , era una mezcla singular de exceso y acicalamiento, y eso, en la tele, se traducía a cualesquiera atmósferas, así la policial como la delictiva. Una nota para «técnicos»: si nos fijamos en las características de la narración visual, en la forma de contar las cosas con imágenes, veremos que apenas hay cambios significativos. Los planos son siempre los mismos (quizás antes se recurría más a los primeros planos, pero la diferencia es muy poco relevante); la composición de las escenas es muy similar; el ritmo de la sucesión de secuencias, casi idéntico, sin más diferencia que un progresivo acortamiento de su duración, porque ahora tienden a ser más breves. Esa forma de contar historias en televisión, típico producto americano, es la que luego hemos importado todos los demás. Un buen ejercicio para directores televisivos -y para estudiantes de la cosa- consistiría en ver al mismo tiempo un episodio de Los hombres de Harrelson y otro de El comisario : se verá que el lenguaje ha cambiado bastante poco. En lo que sí hay enormes diferencias -aparte de la ambientación y la construcción de escenarios, como es natural- es en las características visuales de la imagen, particularmente en la fotografía: en ese sentido, uno compara la atmósfera de Los hombres de Harrelson con la de Sin rastro y CSI y parece que tres glaciaciones separan a una de las otras. En esto tiene mucho que ver la informática, que ha permitido dar un tratamiento distinto a la imagen. Pero hay otras diferencias. Una, enormemente visible, es que las nuevas series muestran escenarios llenos de cosas, mientras que las viejas transcurrían en ambientes de extraordinaria simplicidad. Esa simplicidad, que es la simplicidad de lo clásico, se manifiesta igualmente en lo «flecos» de los relatos -las tramas paralelas- y en las interpretaciones. Ahora, por el contrario, estamos en la sobreabundancia barroca. Y la gente se peina mucho peor.

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