Cannon
ESTÁ Cannon, aquel gordito karateka que interpretaba William Conrad; está el canon digital y luego está el canon estético. Del primero sólo nos acordamos los veteranos de la tele, el segundo se sale de esta sección y el tercero es del que quiero hablar. ¿Por qué? Por lo que ha cambiado. Es que la otra noche estaba viendo Los hombres de Paco y me fijé atentamente en el galán de la serie, Hugo Silva, que da carne al papel de Lucas. Este chico ya había aparecido antes, también como galán, en Paco y Veva . La cosa es que, zapeando, recalé por azar en una película de los cincuenta, de esas donde los hombres salían trajeados y afeitados y los galanes parecían cortados por el patrón de Fidias (no, no es un insecto: es un escultor). Me dio entonces por hacer el experimento mental de introducir a Hugo Silva, con sus pelos y su media barba y su aire demacrado, en el escenario de la película de los cincuenta. El personaje no me cabía más que como ese mendigo harapiento que los atildados protagonistas se pudieran tropezar en alguna esquina. Llevando más lejos la fantasía, se me ocurrió imaginar dónde podríamos colocar a Hugo en un cuadro de Velázquez; el ejercicio me conducía siempre al picaresco lumpen o de Los borrachos o al personal subalterno de La fragua de Vulcano . Luego repetí el experimento con otros galanes de la hora presente. Dani Martín, protagonista de Cuenta atrás , la serie policiaca de Cuatro. Incluso Javier Bardem, ahora oscarizado. ¿Qué habría hecho John Ford con una cara como la de Bardem? Cierto, John Wayne tampoco era Adonis, pero es que no es sólo cuestión de cara: hay también una estética del gesto, de la expresión, de la postura (de la compostura y la apostura) que hoy ha desaparecido por completo. El galán de hace sólo cuarenta años era, ante todo, un gesto; lo curioso es que ese gesto es muy parecido al que descubrimos en los retratos de época de los siglos XVII y XVIII, por ejemplo. O sea que el canon de la belleza masculina se ha mantenido más o menos inalterado durante varios siglos. En nuestro tiempo, por el contrario, el canon clásico va siendo reemplazado por un nuevo tipo de belleza que privilegia la línea tosca, primaria, un tanto bárbara. Este surgimiento del galán rudimentario y tosco quizá tengo algo que ver con el exceso de civilización: los bárbaros atraen tanto más cuanto más refinado y sofisticado (en el sentido estricto del término) se ha hecho uno. Es una tosquedad que se extiende también, por cierto, al canon femenino, hoy sobreabundante de colágenos y otras hinchazones; no hay más que ver los labios de las famosas. La tele consagra el canon y lo retransmite al mundo entero. Dentro de poco, sólo serán delicados los primitivos de verdad.