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Publicado por
JOSÉ JAVIER ESPARZA
León

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ES UN BUEN programa de debate: 360 grados , una vez a la semana, en la medianoche de Antena 3. Lo conduce Roberto Arce y ha venido dejando algunas discusiones realmente interesantes; también episodios siniestros, como esa presión de una responsable de prensa del PSOE sobre el propio Arce, con la consiguiente reacción airada de éste, cuya indignación -«no voy a tolerar que el PSOE controle mi programa», dijo- cobró tal volumen que se oyó fuera del plató. Antena 3 ha apostado por 360 grados pese a los malos resultados de audiencia; ese apoyo merece elogio, porque un programa de estas características no se ha de juzgar por su share, sino por su influencia. Ahora bien, 360 grados padece un problema que empobrece bastante su balance: las personas escogidas para discutir, generalmente periodistas, se alinean de una manera tan nítida sobre posiciones políticas de partido que, en primer lugar, todo lo que van a decir es perfectamente previsible, y después, sus argumentos son de un raquitismo desolador, más propios de la retórica mitinera que de un análisis racional de la realidad. Este no es un problema exclusivo de 360 grado s, por supuesto. La inmensa mayoría de las tertulias políticas responde al mismo patrón: mesas compuestas en función de la representatividad política implícita de los contertulios, camuflada bajo la cobertura neutra del periodismo. Estos contertulios, a su vez, se ven empujados -porque creen que ese es su papel, por falta de formación suficiente, por lo que sea- a hablar como si su función consistiera en hacer Gobierno o en hacer oposición. El resultado es el hastío de la vida pública o, aún peor, la movilización en torno a eslóganes. ¿Tan difícil es debatir en un registro distinto al de la oposición entre partidos? Ayer por la mañana veía en Espejo público a Raúl del Pozo, Juan Pedro Valentín y Miguel Ángel Rodríguez. Fue un buen ejemplo de tertulia entre periodistas significados, cuya orientación ideológica nadie ignora, pero cuyos argumentos, en general, no son los que emanan de los partidos. Esto sería lo idóneo. El problema no está en que a los periodistas «se les vea el plumero», como suele decir la gente; al contrario, la democracia sirve, entre otras cosas, para que uno pueda ir por la calle con el plumero bien visible sin que eso le complique la vida (y cuando se la complica, es que no hay libertad real). El problema, digo, está en que ese plumero sea más bien una camiseta con las siglas de un partido, y aquí lo malo no es lo que eso signifique en cuanto a compromiso ideológico, sino lo que presupone como merma de la independencia de juicio y, por consiguiente, como empobrecimiento del debate público. En ese sentido, 360 grados es ejemplo -entre otros- de un mal generalizado.