Impactos
ANTENA 3 emite los sábados y los domingos, entre ocho de la tarde y nueve, un programa de vídeos de percusión que se llama Impacto total . Es un producto norteamericano que lleva ocho años funcionando y que se emite en muchos países, cada uno de los cuales aporta una sección autóctona que se adosa a las que vienen con el formato adquirido en los States. Toda la gracia de Impacto total consiste en sumar, en apretada secuencia, una serie de sucesos tremendos: tiroteos, accidentes, golpes, embestidas de toros (esto último, en la versión española), etc. Hasta el momento, y que yo haya visto, todos los accidentados de Impacto total sobreviven al lance, bien es cierto que no sabemos exactamente en qué condiciones. En cualquier caso, y dada la trayectoria general de la televisión, subsanar esta deficiencia es sólo cuestión de tiempo: nada impide que cambiemos el título por Impacto mortal y llenemos el programa con escenas de decesos, siempre y cuando el trance reúna los adecuados requisitos de expresividad y sentido del espectáculo (no, no es broma: ya hay cosas de esas por ahí, y algunas hemos visto en otros espacios de nuestra pantalla). Allá cada cual con su forma de embotarse el cerebro. Pero, personalmente, creo que un programa como Impacto total no debería emitirse en un horario tan abierto. Primero, por el mero hecho de poner en escena secuencias cuyo contenido es necesariamente violento. Todos los que han estudiado el fenómeno de la violencia como espectáculo saben que hay una diferencia esencial entre la violencia-ficción y la real: la violencia-ficción (por ejemplo, una película de Steven Seagal, de esas que tanto gustan ahora en TVE) salta a la pantalla con el sobreentendido de que no es verdad, que es sólo una historia, y los sentimientos que produce en el espectador difícilmente van a provocar una confusión de planos de la realidad. Esto vale sobre todo para el espectador adulto, no tanto para el infantil, y por eso suele aceptarse que las películas violentas no son aptas para niños. Ahora bien, las escenas de violencia real producen un efecto distinto: impresionan la sensibilidad, excitan el instinto, provocan en el espectador una reacción no fácilmente previsible y eso, que vale para el televidente adulto, vale mucho más aún en el caso de los menores. E n esas condiciones, no me parece prudente volcar sobre un público general, en horario familiar, una hora de traumática verbena. Porque, además, el estilo de este programa es exclusivamente ese: golpe tras golpe, impacto tras impacto, un bombardeo de emociones que inhibe cualquier raciocinio y se dirige provocar en el espectador una especie de masaje neuronal. Lo mejor para perder la conciencia.