Épica
HAY UNA épica del gol que se está convirtiendo en el último rincón heroico que le queda a la pequeña pantalla. A veces es también una épica del no-gol, y eso fue lo que pasó en el Zaragoza-Depor, el partido de Liga que ofrecía este sábado La Sexta. Fue realmente doloroso: durante hora y media, el Zaragoza puso cerco a la portería coruñesa; durante esa hora y media, el balón se negó a entrar. Nunca se vio a un equipo que dispusiera de tantas ocasiones de gol y que con la misma abundancia las fallara todas, una tras otra. Al principio parecía casualidad; pronto se vio, sin embargo, que las cosas parecían movidas por alguna mano invisible. Era como si en la portería del Depor hubiera un campo de fuerza como los de Violeta, la chica de Los Increíbles. El realizador de La Sexta tuvo la buena idea de rubricar invariablemente cada ocasión perdida con un paseo de la cámara por las gradas. Como las ocasiones fueron tantas -una veintena, si no conté mal-, el espectador pudo conocer a prácticamente la totalidad de la afición del Zaragoza. ¡Y qué gestos de desesperación! Al final, sin embargo, llegó el milagro: un rebote tonto en el último minuto, un pie que se cruza y, ¡zas!, gol de Ayala, incrédulo el argentino ante la trayectoria de ese balón lento, flojito, tímido, que sin embargo entraba en la portería rival. «Un golazo», le decía después la reportera de césped a Ayala en el epílogo del drama. Ayala estaba aniquilado por el esfuerzo y abotargado por la emoción, pero, incluso en esas condiciones, pudo sacar del fondo de sí un rayo de lucidez para mirar a la Guasch (la reportera) y preguntar con sorna: «¿Un golazo?». En efecto, llamar «golazo» a aquello era como llamar Capitolio al Palacio de La Moncloa. Pero cuenta, que es de lo que se trata. ¿Fin del drama? Sí. O no, porque, para que no faltara de nada, los últimos compases de la transmisión estuvieron dominados por el enfrentamiento entre los periodistas del césped, que querían hablar con los jugadores, y los guardas de seguridad del campo, que querían impedirlo. Incluso hubo un rifirrafe de manos ligeras entre uno de los custodios y el cámara de La Sexta. Fue entonces cuando Montes, embargado de indignación, rompió a perorar contra los guardas. Yo creo que ahí Montes se equivocó. Tenía una oportunidad de oro para estirar la narración, para cerrarla con un broche brillante e intenso, pero, en vez de eso, optó por ponerse reivindicativo, como un jovenzuelo rechazado por el guarda en la puerta de cualquier discoteca. Podía haber escrito el capítulo final del drama con un rataplán digno de Dumas, pero prefirió pedir la hoja de reclamaciones. No digo que Montes no tuviera razón, pero estas cosas son malísimas para la literatura. El gol de Ayala habría sido más épico aún con otro final más vibrante.