Diario de León
Publicado por
JOSÉ JAVIER ESPARZA
León

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QUIEN TENGA o haya tenido un perro no puede dejar de ver el programa del mejicano César Millán en Cuatro, El encantador de perros, en la mañana de los sábados y los domingos. Es asombroso. Primero, es asombroso ver cómo este hombre controla a los animales; después, es quizá más asombroso todavía ver cómo la gente trata a los perros como si fueran niños. Decía no sé dónde el actor Fernando Tejero que no podía respetar a las personas que no aprecian a los animales. Esto es ir demasiado lejos, me parece. Pero es verdad que la relación de la gente con los animales, y en particular con los perros, lo tiene todo para despertar un grado de afectividad propiamente familiar. Yo gocé una vez la custodia compartida -o así- de un precioso mastín leonés, de nombre Catón (por aquel que decía Delenda est Cartago ), que un amigo mío tenía como guardián en una finca serrana. Catón medía 1,80 cuando se ponía de pie; su boca era como una caverna y ejercía sobre las gentes de los alrededores un llamativo efecto disuasorio. Tenía el simpático hábito de cazar a los zorros que se colaban en la finca y, después de devorarlos, dejar los restos colocados en fila india a la puerta de su caseta, una cola de zorro tras otra, en una geometría depredadora que habría fascinado a cualquier peletero. Quiero decir con esto que Catón no era el tipo de animal al que le haces un jersey de lana y le llamas «pichurri». Sin embargo, era sencillamente adorable: cuidadoso hasta el extremo con los niños, cariñoso a más no poder con sus amos. El día que se murió, me llevé un disgusto morrocotudo. Yo quería mucho a Catón. No digo esto para ganarme la amistad de Tejero, sino para subrayar que entiendo perfectamente a la gente que adora a los perros, que los cubre de mimos y que llora amargamente cuando se van. Ahora bien, el problema, por lo que cuenta Millán semana tras semana, es que mucha gente no ama a los perros como perros que son, sino como si fueran sus hijos, buscando ahí un tipo de relación que el perro no entiende; el resultado es que el perro se estresa y, en consecuencia, el amo se estresa más todavía. El dato tiene un valor singular en una sociedad como la actual, donde hay tan pocos niños -y donde, con frecuencia, se los trata como a perros. Y aún es más sugestivo el caso de los que se compran perros con fama de «asesinos» -los pitt-bull y todo eso- y luego no saben criarlos. Millán tiene que intervenir con alguna frecuencia. Un adagio de los criadores dice que los agresivos no son los perros, sino los amos. Debe de ser verdad. En todo caso, para éstas y otras situaciones de idéntico género, nada mejor que ver El encantador de perros. En Cuatro.

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